domingo, 22 de abril de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XI)


CAPITULO II

 Viviendo el éxito (VII)

Aquel día sentí que algo había cambiado entre Ana y yo; el beso de bienvenida fue un beso frío, sin amor, girando la cara para evitar que la besara, como siempre, en los labios. En ese momento supe que algo iba a cambiar en mi vida, aunque mi soberbia aún me hizo pensar que, si era así, ella se lo perdía.

La cena, en la cocina, como de costumbre, no tuvo la calidez de antaño, cuando llegamos a Madrid, en que encendíamos velas para cenar en la diminuta sala de nuestro apartamento, nos besábamos a todas horas y siempre había un guiño de complicidad en nuestras miradas, una comprensión sin palabras, unos silencios trenzados de amor que no pedían palabras si no, simplemente, estar juntos.

Pedro, Ayer nos traicionaste, traicionaste a Ana, a Cata y a mi, como vienes haciendo desde hace demasiado tiempo, me dijo Ana, lo recuerdo como si fuera ahora, aunque en aquel momento no le dí demasiada importancia.

Yo argumenté la importancia de mi trabajo, los esfuerzos que estaba haciendo porque no les faltara de nada, porque pudieran tener una casa confortable, un colegio privado, un club social, y Ana me dejó hablar y hablar. Es el recuerdo más nítido que tengo, el de hablar sin parar y ella mirarme con una mirada vacía, cansada ¡no!, extenuada más bien.

Dos horas después, se levantó y me dijo que volvían al día siguiente a Barcelona. Había hablado con sus padres y le harían un sitio hasta que encontrara un apartamento. Había llamado a TORTEL y su Jefa estaría encantada de volver a tenerla en el Equipo, proponiéndole dar algunas clases de Recursos Humanos en el master que ella dirigía en una universidad privada.

Piensa – dijo Pedro – que todo aquello lo dijo sin emoción en la voz, pero con gruesos lagrimas corriendo por sus mejillas. Aquella noche dormí en el sofá.

Los dos días siguientes, no tuve tiempo ni para pensar tan siquiera; veía a Marga mirarme con cara de preocupación y pensaba que con una que me dejara, ya era suficiente, ¿o es que nadie veía quien tiraba del carro?

Llegué a Sevilla para recoger el premio, del cual se hicieron eco los principales medios de comunicaciones locales y nacionales. El Presidente de la empresa me llamó para felicitarme, igual que el President de la Generalitat, y aquello no hacía más que crecer y crecer. Era final de junio del 91.

Llamé a Ana pero no conseguí hablar con ella; recuerda que en aquella época los móviles no eran como ahora y, aunque lo hubieran sido, tampoco habría conseguido hablar con ella. Me llamó su hermano, con quien tenía una buena amistad para pedirme que le dejara espacio, que él se ocuparía de mantenerme informado.

Llegó el mes de diciembre y yo seguía con mi ritmo frenético, pero algo estaba cambiando en mi interior, aunque yo pensaba que era algún catarro mal curado…hasta que estalló todo.

En este punto de la charla, llegó la sopa, humeante, espesa y aromática, con una maravillosa sonrisa de Montserrat que no dejaba pasar ocasión de flirtear con Juan Carlos. Venga chicos – dijo Montserrat -, dejar de darle un rato a la lengua –aquí le guiño el ojo a Juan Carlos – esto se toma bien caliente.

Durante un rato, la conversación se tornó en soplidos a la cuchara y sonidos de satisfacción por un sabor que llenaba el paladar de matices poco convencionales pero muy sabrosos, algo muy habitual en la cocina de su anfitriona. Al terminar, habían entrado en calor, con alguna gota de sudor en sus frentes y las mejillas encendidas por la chimenea y las calorías ingeridas.

Cuando les retiraron los platos, llegaron los canelones, también humeantes, bien gratinados y con un olor penetrante y sabrosos, al punto de que no era posible tomarlos sin escaldarse la boca por ello, así que dejaron los tenedores y volvieron a la charla.

Por el puente de la Purísima, el 7 de diciembre, fui a comer con Marga, mi secretaria, al restaurante al que solíamos ir, muy cerca de la oficina, en una de las calles que dan a Castellana. Aquella chiquita me aprecia de verdad y aún ahora seguimos en contacto, tanto conmigo como con Ana. Ella fue una pieza clave para que todo volviera a su sitio.

- En aquel momento, sonó el teléfono de Pedro y su cara se iluminó al ver que era Ana – Perdona Juan Carlos, es Ana. Hola Ana, sí, aquí estamos, en la fonda de la Montse con Juan Carlos y unos canelones que no pueden comerse de puro calientes – ahí bajó la voz para decirle – Montse le está tirando los trastos a Juan Carlos de una forma bárbara. Sí –reía Pedro – no te preocupes, nos cuidaremos y os esperamos a Maca y a ti el sábado con las niñas, tengo ganas de veros. Un beso, adiós.

Era Ana, que muchos recuerdos y que, según lo previsto, Maca llega con el AVE de Sevilla el viernes a la noche, así que el sábado a primera hora las tendremos aquí con toda la troupe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario