martes, 29 de mayo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XXI)


CAPITULO III

 Necesito quererme (VII)
Llegué a Barajas a las 08,30 y me sentí un tanto desplazado, como si aquello ya no fuera conmigo, pero tampoco sabiendo a ciencia cierta que era lo que podía ir conmigo. Cogí un taxi y llamé a Ana, a mi Ana.

¿Cómo fue la sensación de oírla por teléfono después de aquellos días con vivencias tan intensas? – preguntó Juan Carlos mientras apuraba su copa y daba cuenta de una nueva tostada –

Fue una sensación muy rara, volvió a mi interior la sensación de estafador emocional. Solo recuerdo que una vez más me dijo “recuerda que tienes aquí a unas chicas que te quieren con locura”, algo que me ha dicho un montón de veces y que hace que se me pongan los pelos como escarpias.

Realmente, el recuerdo que tengo de aquel trayecto era el mismo que el que tengo del trayecto en taxi desde mi casa hasta el aeropuerto del Prat: es como si estuviera viviendo fuera, viendo un cuerpo que era el mío actuando y estando fuera de él.

Piensa – dijo Pedro – que de aquello hace muchos años y ya no sé que es lo que ocurrió realmente y qué es lo que es fruto de mi cerebro, que tapa esos huecos de memoria con lo que le apetece.

Lógico – respondió Juan Carlos reprimiendo un bostezo y estirando su cuerpo de forma notoria y visible -, lo que queda en nuestra memoria son, especialmente, las vivencias más cargadas de emociones, por ejemplo, aún recuerdo que el 11 de septiembre de 2001, después de comer, estaba en el sofá de casa empezando a cerrar los ojos, cuando salieron por el noticiero las imágenes de los aviones impactando con las torres gemelas. Eso tiene una explicación psicológica que un día te contaré, pero antes, necesito dormir, ahora sí.

Tienes razón – contestó Pedro – ya son las 2,30 h. de la mañana y aún nos quedan 3 días para que lleguen las chicas, así que queda tiempo más que de sobra para acabar de contarte esta historia y vivir para contarlo.

Una noche más, lo dejaron todo por recoger y se fueron a dormir. La parte baja de la casa estaba caliente por la chimenea pero, la planta superior, estaba realmente fría, por lo que cada uno notó una sensación muy placentera al meter su cuerpo bajo el nórdico de invierno.

Lo que no esperaban era que, al día siguiente, el miércoles, a las 07,00 de la mañana, les despertara el estruendo de platos rotos, y una blasfemia femenina a voz en grito, que hizo que uno y otro bajaran corriendo las escaleras en pijama, preguntándose que tipo de ladrones serían unos tan escandalosos.

Perdón señor – dijo la chica -, se me ha caído la bandeja y se me ha escapado el grito, lo siento mucho.

Bien, bien, no te preocupes pero, mujer, podías haber venido algo más tarde, digo yo. Bueno, ya que estamos, te presento a mi amigo Juan Carlos. Juan Carlos - dijo Pedro – esta es Jenni, otra pariente de Montse, que nos ayuda en casa manteniéndola en orden un par de días por semana.

La cara de Juan Carlos era un poema ya que, al susto, se le unían las ojeras de haber dormido poco, las lagañas, el pelo alborotado y la boca pastosa, pero todo y así, tuvo el ánimo para saludar estrechándole la mano de forma educada.

Son las 7 de la mañana, Juan Carlos, así que miremos las cosas por su lado bueno – empezó a decir Pedro – lo cual quiere decir que tenemos todo el tiempo del mundo y, yo no sé tu, pero entre el susto y que ayer no cenamos, tengo el estómago pegado, así que te propongo hacer una pequeña excursión, nos vamos a Can Duran, a Figueres, a desayunar de cuchillo y tenedor, paseamos por la ciudad, visitamos el museo Dalí y nos vamos a Port Lligat, donde podemos visitar la que fue residencia y taller del excéntrico personaje.

Como quieras, la verdad es que también tengo hambre pero, ¿no está un poco lejos?

Sí, estará a una hora en coche yendo con tranquilidad, pero como es pronto, nos cogemos el coche, vamos tirando por las carreteras interiores, pasamos por La Bisbal y Vilamalla por las carreteras interiores que, seguro, estarán desiertas, disfrutamos del paisaje con toda la tranquilidad del mundo mientras charlamos y, cuando nos queramos dar cuenta, ya estamos entre manteles; yo creo ¡que a las 09,30, poco más o menos, podemos estar allí y, si son las 10,00 , pues tampoco pasa nada, ¿o alguien te espera?

jueves, 24 de mayo de 2012

Forjando el presente y el futuro desde la Cooperación




Épocas extrañas las que nos está tocando vivir, épocas en que lo mejor y lo peor del ser humano aflora, épocas de incertidumbre y de coraje, de  miedo y valentía, de romper barreras, de mirar las cosas desde otro ángulo hasta hora nunca contemplado, tiempos de crecimiento en uno mismo, de desterrar el personaje y dar la bienvenida a la persona que hay dentro de él.

Son tiempos de cooperar, aún y cuando encontramos todavía esas viejas resistencias, ese miedo a que me quiten lo que tengo y no obtener nada a cambio, ese efecto Gollum en el que lo que prevalece es mi tesoro. Oímos personas que atesoran esas cuatro pertenencias, por otra parte materiales, ignorantes de que pueden ser cambiadas o de que pueden formar parte de un algo mucho mayor.

Resulta especialmente atractivo vivir en primera persona las bondades de ese compartir, de esa cooperación, de ese estamos juntos, caminamos por el mismo camino con la libertad de ser y de estar, compartiendo, aunque para ello, bien es cierto, hay que vencer esas viejas creencias, hay que romper unas cadenas que nos han atado al egoísmo, a la individualidad e incluso a la independencia, ciegos a la idea de la maravillosa interdependencia.

Es curioso contrastar como los niños, en su gran mayoría, comparten sin mayor problema, ignorantes todavía del afán posesivo que en poco tiempo les embargará y les impedirá compartir esas experiencias sociales que les permiten vivir en diversidad.

Asemejan barreras infranqueables, hechas del más sólido de los cementos: el del miedo, la codicia y la inseguridad pero, así como la gota erosiona las más duras rocas, también la autenticidad, la generosidad y el orgullo de pertenencia, llega a oradar tan recio contratiempo, algo que se llega a percibir cuando, o bien existe el pleno convencimiento, o bien ya no queda nada que perder y sí todo por ganar.

Eso es algo que nos ocurre a nivel personal, a nivel profesional o institucional. Ya es tiempo de cooperar, de colaborar, de compartir, si y solo si tu lo quieres, es tu elección, ¿te animas unirte al mundo de la cooperación?

EL ÉXITO ERES TÚ (XX)


CAPITULO III

 Necesito quererme (VI)

Esa noche fue muy dura, empezó a decir Pedro, y lo fue porque, como te decía, me sentía un estafador emocional, alguien sin derecho a ser querido de la forma en la que lo estaba siendo; en aquel momento, no podía llegar a entender que no me querían por lo que hacía si no por lo que era, que no había un debe y un haber, un ayer y un mañana, si no que había un hoy, un ahora, del que disfrutar, al que paladear, como si de un helado se tratara.

La pasé en blanco, fui incapaz de dormir ni cinco minutos, dándole vueltas y más vueltas a mi situación, a lo que había pasado, a la suerte que tenía de que mi familia fuera como era y al miedo que me daba de haberme roto, profesionalmente, para siempre. Simplemente, no podía imaginar una vida sin que fuera el principal sustento de la familia, tal y como me habían enseñado de pequeño.

Desde la perspectiva del tiempo pasado, veo que no somos conscientes, en demasiadas ocasiones, de lo importante que es aprovechar el ahora, el aquí, sin planes, sin recuerdos, viviendo simplemente, haciendo del camino el objetivo en sí mismo.

No sé si te sigo – dijo Juan Carlos sinceramente interesado en la reflexión de su amigo-

Sí, dijo Pedro, fíjate en nosotros, ahora, compartiendo este momento, con el fuego que nos da la leña, con este vino en la mano, con esta tostada en la boca, con tu compañía, con mi relato, disfrutando de este minuto en este sitio concreto, sin pensar en lo que será mañana.

Si en aquel momento lo hubiera sido, habría disfrutado del momento, de Ana y de las niñas, aplazando el futuro para el día siguiente en que ya sería presente, permitiéndome gozar de aquellos instantes que sabía efímeros, del olor a jabón del baño de las niñas, de la colonia de Ana, de la crema que hace 30 años que se pone cada noche, o casi, con el mismo movimiento automático que le hace disfrutar de su momento del día que tiene reservado para ella sola.

Ni tan siquiera llegó a sonar el despertador; a las 5,00 de la mañana de aquel jueves 7 de enero me desperté, di un beso a Ana que se revolvió en la cama, fui al baño, me duche, me afeité, me vestí, les di un beso a las niñas y salí de casa como si de un ladrón se tratara, pensando que ya desayunaría en el aeropuerto.

Me dirigí a una calle principal, junto a una parad de metro, donde habitualmente pasaban taxis, paré uno y le pedí que me llevara al aeropuerto. De aquel trayecto hay algo muy curioso, y es que no recuerdo en absoluto el camino, oía como una voz que me hablaba desde lejos y que interpreto que era el taxista, a la cual no le hacía ni pito caso porque yo ya estaba de nuevo dentro de mi, aunque debo confesarte que con el estómago encogido como si fuera a mi primera presentación en público.

Fíjate – le dijo Pedro a Juan Carlos – no tengo recuerdo del trayecto pero sí de lo que pasó a partir de entonces, todo sensaciones, emociones que me embargaban de una forma muy intensa.

Recuerdo que pagué y bajé del taxi, aunque no sabría decirte si hacía frío o calor, cogí la tarjeta de embarque para el vuelo de las 07,30, con lo que podría estar en la oficina a las 09,30, una hora más que respetable, teniendo en cuenta el horario de la capital; mis pasos me llevaron hasta la cafetería de la terminal donde me encontré con una antigua amiga de la facultad, Ana también se llama, vestida de una forma un tanto rara para ser la ejecutiva que yo recordaba.

Me contó que se había separado, que había perdido a los niños, algo muy poco habitual para la época y que aquello había sido lo mejor que le había podido pasar, no por perder a sus hijos, que tendrían poco más o menos la edad de las mías, si no porque le habían permitido tomar conciencia de la forma en la que estaba viviendo su vida, de forma completamente desequilibrada. Verdaderamente, su relato hacía que me pareciera estar oyendo mi propia historia, aunque unos meses adelantada. Me contó su zozobra de ver que su vida se desmoronaba, que nada de lo que ella consideraba una vida de éxito, había conseguido colmarla y que esa separación supuso, para ella, una especie de interruptor de Vida que le permitió volver a ser ella.

Aquello me hizo pensar durante muchas semanas –dijo Pedro con cara de ensoñación, como de quien recuerda algo que no tiene claro si pasó o era fruto de su imaginación -. Era una señal muy clara de lo que podía llegar a pasar pero, en aquel momento, lo único que veía era que tenía que llevar un sueldo a casa, por más que me doliera la separación temporal de los míos.

No lo hagas Pedro – me dijo Ana, mi amiga- , no vale la pena, no hay nada que valga la pena hasta esos extremos. Nos despedimos y, como tantas otras veces, pensé que no volvería a verla más, pero el destino tenía otras cartas reservadas para aquella partida.

martes, 22 de mayo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XIX)


CAPITULO III

 Necesito quererme (V)
Aquella última semana la apuramos yendo de compras de reyes para las niñas, poniendo toda la ilusión en ello, pero notando también como una parte de mi se iba rompiendo, como esa sensación de estar perpetrando una estafa emocional, se consolidaba en mi.

¿No lo comentaste con Ana? –preguntó Juan Carlos-

No, y visto con perspectiva, ojalá lo hubiera hecho, porque ella me habría abierto los ojos, pero déjame que acabe con esta parte de la historia – dijo Pedro mientras el reloj de pared marcaba la 1 de la madrugada –

Llegó el día de reyes y todo fue como en un cuento, primero abrimos los regalos en casa, Ana emocionada y Cata sin saber bien que era lo que pasaba pero muy excitada por que veía a su hermana como una moto y un montón de juguetes nuevos y muñecas. Mi mejor regalo fue recuperar a Ana y el suyo, mi ternura, mi mirada de adoración. Los regalos materiales que nos habíamos comprado el uno al otro, no podían igualar a las emociones.

Después fuimos a casa de mis suegros, donde la tradición imponía unas reglas de juego que, en ningún caso, podían vulnerarse, so pena que un encantamiento de la Bruja, se llevara todo lo que los Magos habían traído durante la noche.

Sentía que mi crédito se acababa, al día siguiente, volaría a Madrid y empezaría de nuevo la ruleta rusa.

Caray!, Juan Carlos, te veo hecho un jabato, sin un bostezo ni un signo de cansancio, y eso que ya es la 1 de la mañana, o sea, ese miércoles en que vas a tastar el mejor suquet de pescado que has probado en tu vida, y la verdad es que si me meto en la cama, tampoco creo que se capaz de dormirme en un buen rato –dijo Pedro con un deje cómico que más que pedir rogaba a su amigo un rato más de charla-

Sí, no estoy cansado y sí con un cierto gusanillo, pero no tanto como para cenar, ¿qué te parece si trasteo un poco por la cocina en busca de algún tentempié? – dijo Juan Carlos mientras empezaba a levantarse de la butaca-.

No, deja, deja, sigue tu con el fuego que te has revelado como un auténtico experto en mantener la lumbre y yo prepararé algo con lo que te chuparás los dedos –dijo Pedro mientras se desperezaba y se dirigía hacia la cocina-.

Juan Carlos oía ruidos de latas que se abrían, picadoras eléctricas que trituraban algo y, al cabo de unos minutos, apareció Pedro con una bandeja en la que había un bol con una pasta de color marrón grisáceo, de una textura parecida a la de la sobrasada, una botella de vino blanco “Blanc Pescador” abierta y un par de copas.

Fíjate bien en esto, Juan Carlos, lo probé en un restaurante de por aquí y no paré hasta dar con la receta, muy tonta, por otro lado. No es más que una lata de olivas negras sin hueso, aceite de oliva virgen y una lata grande de anchoas, algo a lo que llaman Olivada y que tiene un sabor y una textura muy peculiares, ya verás, pruébalo.

Juan Carlos, no sin cierta prevención, untó una tostada pequeña con el mejunje que Pedro le acercaba y lo llevó a la boca, masticando muy poco a poco, como si no quisiera llegar a paladear el bocado, hasta que su cara cambió por completo cuando percibió los matices de su sabor, especialmente el del aceite de oliva Virgen, fuerte y sabroso, acentuando el sabor a mar de la anchoa y el, hasta cierto punto amargo, de la oliva.

Realmente sabroso, de verdad, y eso que no lo creía demasiado –dijo Juan Carlos jocoso-

No hace falta que lo jures, no -respondió Pedro con una sonora carcajada – cualquiera hubiera pensado al ver tu cara que estabas tomando aceite de hígado de bacalao o algo parecido.

Pedro llenó las copas y brindaron por esa semana de reencuentro, de complicidad y de camaradería, para tomar un sorbo de vino que llenó sus bocas de la aguja de aquel vino tan maravillosamente acorde con el momento, fresco y con un toque muy característico.

Bueno - dijo Juan Carlos -, sigue contándome.

lunes, 21 de mayo de 2012

¿Eres tu o eres tu?


¿Eres tu o eres tu?

Siempre has estado ahí, dispuesto, con una palabra de ánimo, una forma diferente de ver las cosas, un guiño de optimismo frente a la desazón imperante; quizás no te das cuenta, o tal vez sí, pero estás sembrando esperanza en tu entorno.

No se trata de candidez, se trata de esfuerzo, de coraje, de aprender a ver las cosas de otro modo, tal y como tu nos muestras día si y día también, aunque soy consciente de que también para ti habrán días mejores y días peores, pero se trata de no convertir esas emociones en estados de ánimo, no convertir en perennes cosas que, sin duda alguna, son caducas y cuyas hojas caerán en cuanto llegue el momento.

Veo en ti el reflejo de lo que quiero que sea aunque ahora no lo sea, de lo que lucho porque sea, sin esperar a que lo sea, porque esperar es dejarse llevar por las circunstancias y estoy dispuesto a ser un catalizador de lo que en mi presente y mi futuro ocurra. Estoy siendo un protagonista en lugar de quedarme como mero espectador.

Hemos aprendido a ir prescindiendo de aquellos que de nosotros han prescindido, no por no querer caminar junto a ellos, sino porque ellos no han querido hacerlo con nosotros y estamos ya exhaustos de perseguir aquello que no quiere ser, aunque queda la esperanza de darles de nuevo la bienvenida si un día deciden que vale la pena regresar.

Estás en mi como estoy en ti, porque cuando miro ese espejo y veo tu reflejo que es mi reflejo, apenas sé cual de los dos es el real, si el que observa o el que es observado, a fin de cuentas, somos el mismo enfocando nuestra mirada desde lo que es o de lo que queremos que sea, algo que depende, única y exclusivamente, de nosotros.

Hoy mismo tomo el relevo y empiezo a hacer que sea, sin esperar a que lo sea; ¿me acompañas?

viernes, 18 de mayo de 2012

Renovación


Todo parecía estar perdido en aquel maravilloso Equipo, el ambiente enrarecido, las emociones contenidas, las verdades no dichas y las verdades veladas, oscuros escondites de sentimientos encontrados que otrora fueron cuna de maravillosos proyectos en los que uno tras otro y todos a la vez, se apasionaron sin vergüenza ni pudor.

Esa voz callada no podía ser escuchada, simplemente porque estaba agazapada. Tenedora de buena parte de las vivencias de todos, observadora de sus realidades, de las tuyas y de las suyas, y de todas al final, no tenía el espacio necesario para revelar ese sentir, esa verdad parte de la Verdad en la que todas las partes coexisten y ninguna es expulsada.

La más oscura de las sombras estaba sobre el pulso de ese Equipo, las emociones empezaban a enquistarse y a supurar, tornándose estados de ánimo depresivos, recelosos y resignados, de los que ya poco cabía esperar salvo frustración y resquemor. No cabía más que empezar a frotar, a frotar esas emociones, a hacerlas visibles, todas ellas, rompiendo esa armonía triste que se había asentado en su seno.

Ahí no hubo un líder, o mejor dicho, el líder fue el propio Equipo que tomó la fuerza de todos y cada uno de sus miembros, elevando exponencialmente sus posibilidades.

Como el junco, todos los intentos iniciales no hacían más que preparar el terreno, sin que fuera visible avance alguno, aunque las raíces sólidas y robustas de aquella relación, proseguían su crecimiento hacia el interior.

Cuando el Equipo estuvo preparado, la chispa saltó y prendió la lumbre del cambio, del cambio que debía ocurrir en el sistema, limpiando emociones corruptas. El junco empezaba a brotar con toda su fuerza, arrastrando a su paso esa tristeza de barro, buscando la luz, buscando su calor.

Ahí salió de nuevo la ilusión del conjunto, la confianza que poco a poco iría prendiendo de nuevo aunque, para ello, antes tuvo que haber sufrimiento y angustia por aquello perdido que no era tal, si no la transformación que debía ocurrir en el nuevo periodo de maduración del Equipo.

Cada Equipo tiene sus fases y, una de ellas, puede ser su desaparición o renovación, ¿es bueno, es malo?, simplemente es.

¿Qué es lo que está queriendo pasar en el colectivo en que estás inmerso?, atrévete a rascar e invita al resto de miembros a hacer saltar esas costras de verdades ocultas.

jueves, 17 de mayo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XVIII)


CAPITULO III

 Necesito quererme (IV)
Ya verás, esto levanta a un muerto

Espero que no haga falta –expresó Juan Carlos con cara de circunstancias –

Una vez acomodados nuevamente en las butacas con unos cacahuetes para picar junto a los vasos, Pedro prosiguió con su historia.

Las niñas durmieron en casa de los abuelos y Ana y yo fuimos al apartamento, un pisito muy coquetón de tres habitaciones junto a la Plaza del Diamant, en pleno centro del barrio de Gracia. Allí pasamos la noche hablando, es como si quisiéramos recuperar todos aquellos años en unas noches.

Convinimos en conservar aquel apartamento y el piso de Madrid, en pleno barrio de Salamanca, como no podía ser de otra manera para un ejecutivo de éxito como yo. Una parte de la coraza había empezado a desprenderse, pero aún quedaba una buena parte de Ego que luchaba por mantenerse a flote y seguir comiéndose a la persona que había en mí y que tan poco conocía.

El lunes siguiente fui a la Mutua de mi suegro y allí me hicieron un sin fin de pruebas, análisis y exploraciones, ¡no les quedó sitio donde mirar!, pero lo más duro fue la reunión con el psicólogo; allí me vine abajo y tuve un episodio muy parecido al que había tenido el día de la comida con Marga, el día en que se desencadenó todo; simplemente, no podía dejar de llorar.

Ana se asustó mucho y se tranquilizó cuando le dijeron que era un ataque de ansiedad provocado por la tensión nerviosa, es decir, un estrés de caballo y, por tanto, algo que podía tener solución si ponía las medidas para ello; de algún modo, todo estaba en mis manos, pero harían falta grandes dosis de conciencia.

Al cabo de una semana, la situación se había normalizado mucho, quizás demasiado, aunque en aquel momento, no era consciente de ello. Pasamos un mes de diciembre de ensueño, a Ana le dieron una semana de vacaciones adicional a las dos semanas que, por convenio, hacían en la empresa, así que pudimos estar todo el mes de diciembre conviviendo como si de una familia normal se tratara.

Mientras las niñas iban al cole, aprovechábamos para estar juntos, para hacer de novios, en todos los sentidos, hasta el punto que mi suegra me decía que lo tomara con calma, que aún acabaría en el hospital por un exceso de fogosidad juvenil – ahí, salió una sonrisa de oreja a oreja, como recordando la escena y una carcajada sincera de Juan Carlos –

Los días de fiesta escolar estuvimos continuamente arriba y abajo, aquí en Calella, en Sitges, visitando a amigos por toda Cataluña, amigos a los que hacía siglos que no veíamos al habernos trasladado a Madrid; algunos nos recibieron con auténtico cariño y otros, por mero compromiso; fue otro aprendizaje, la amistad es como una planta que necesita de cuidados, hay alguna que es muy resistente, como el cactus, algo muy parecido a ti mismo, Juan Carlos, y otras más débiles que, por falta de riego, simplemente murieron o, para hablar con mayor propiedad, dejé morir de inanición.

El día de Navidad fue un día muy especial, lo celebramos en casa de mis suegros, como cada año, pero este año había una gran diferencia, no estaba el Pedro Ejecutivo si no el Pedro persona, el marido, el padre, el hijo, el que no tenía que hacer ostentación de nada para ser querido, pero el que sentía que no era merecedor de todo aquel amor.

Tenía sentimientos ambivalentes, por un lado, me sentía el hombre más feliz de la tierra, por otro, me sentía un estafador, indigno de recibir lo que me estaban dando. Ana se daba cuenta de todo, pero me hizo creer que no notaba nada para hacérmelo más fácil; las niñas estaban felices y no se desenganchaban de mi, algo que por otro lado era normal ya que, por una vez, tenían padre en jornada completa.

La fiesta de fin de año fue también algo muy especial, lo celebramos en casa de unos amigos de siempre, de unos cactus de la amistad, aquellos que no necesitan de muchos cuidados para mantenerse siempre ahí. La juerga fue fenomenal, llena de chistes, música bailoteo e inhibición hasta las 6 de la mañana, con mis cuñados como sufridos canguros.

Al llegar a casa, nos metimos en la cama y no pudimos dormirnos ya que empezamos a hablar del futuro y no paramos hasta el medio día, en que había comida familiar otra vez y donde encontraríamos a Ana y a Cata.

Decidimos que yo retornaría a Madrid y que buscaría un traslado a Barcelona, un cambio de empresa o algo que nos permitiera volver a nuestras raíces. El mes de diciembre había pasado volando y tan solo nos quedaba una semana para que se acabara aquel cuento de hadas. Durante esas vacaciones, no faltaron las llamadas de Ruiz y de Marga para ver como estaba, algo que me confirmaba que, dentro de todo, había tenido mucha suerte.

domingo, 13 de mayo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XVII)


CAPITULO III

 Necesito quererme (III)
Todo y mi sensación de felicidad, no me abandonaba tampoco una sensación de incertidumbre, de sentimiento de culpa, de suciedad por mi comportamiento, ya no solo con Ana y las niñas, si no con toda aquella gente buena que me quería y a la que había ignorado; ¿te has fijado el aprecio que nos tenemos con la gente del pueblo?

Si – dijo Juan Carlos – la verdad es que me ha sorprendido por su calidez y por su autenticidad.

Bueno, cuando el sentimiento es auténtico y no hay fingimientos, las emociones se tornan naturales. Esas eran personas que me conocían desde pequeño, con algunas de ellas habíamos jugado mucho y nos habíamos tirado al agua desde unas rocas que ponen los pelos de punta y que mañana te enseñaré, y yo las había olvidado, “no eran de mi circulo, eran provincianos” había llegado a decir; de algún modo, había renunciado a mis orígenes por un malentendido clasismo.

Ahora, hay una relación con el corazón, honesta y sincera, como procuro que sean todas mis relaciones, aunque en aquel momento aún no lo sabía, todo y que lo intuía. Me doy cuenta ahora, ¡que ciego estaba entonces!, de que la riqueza de las personas no está en lo que tienen o a qué se dedican, si no en su interior, en su ser, en sus valores.

Bueno, que me voy por las ramas. Era el 10 de diciembre, llamé a Marga y le pedí que nos reservara dos billetes en el puente aéreo. Nos fuimos de Madrid sin que lo supieran más que Ruiz y Marga, ¡ah!, y la portera, que esa no perdía ripio. La critiqué mucho pero ahora la recuerdo con cariño.

Cuando el avión hizo las maniobras de aproximación a Barcelona, un montón de sentimientos se arremolinaron en mi cabeza; veía el mar y una maravillosa ciudad a mis pies. Hacía tiempo que no me había parado a mirar la belleza que había en los pequeños detalles, siempre pensando en la forma de ser más eficientes y más eficaces, de gastar menos y cobrar más a nuestros clientes, preocupándome de hacer y no de ser, sin regar la simiente de mi crecimiento interior; la línea del horizonte de la ciudad era mi vieja amiga, la que volvía siempre, pasara lo que pasara.

Al salir del finger y atravesar las puertas que dan acceso a la terminal de llegadas, enseguida vimos a mi cuñado, con esa barba cuidada, esa mirada dulce, ese cariño que siempre me había mostrado y que tan poco había percibido. Nos fundimos en un abrazo largo, muy largo, en el que no hacía falta decir nada porque todo se contenía en la mirada, en la intensidad de nuestra emoción; la verdad es que ahí me volví a dar cuenta de cuantas cosas había dejado de lado por el trabajo, cuantos abrazos, cuantos buenos ratos, cuantas emociones sin expresar.

Las niñas venían con su tía; piensa que Ana tenía cuatro añitos y Catalina tres e iba en sillita. La cara de Ana hija se iluminó al verme como si fuera un árbol de Navidad, no se cómo pero saltó de los brazos de su tía a los míos. Nunca más he vuelto a tener una sensación como aquella al abrazar a mi hija, ¡era tanto lo que la necesitaba!, y ella me lo daba sin pedirme nada a cambio, sin recriminarme nada, claro que Ana madre se había ocupado de que no hubieran deudas emocionales pendientes.

Aquel día cenamos en casa de mis suegros y Ana pequeña no se separó de mi hasta que cayó rendida de sueño, parecía que no quisiera que volviera a desaparecer, que tuviera miedo de alejarse y, al volver, su papá ya no estuviera. Recuerdo que se me quedó dormida en los brazos y no paraba de acariciarle el pelo, mientras su babita me iba empapando el hombro, sin que me diera ni cuenta.

La cena discurrió de una forma distendida, alegre porque, como dijo mi suegro, un hijo suyo había vuelto a casa –aquí, a Pedro se le quebró la voz presa de la emoción – Chico, perdona pero aquel comentario fue para mi como si una apisonadora hubiera entrado en mi corazón.

No te preocupes - dijo Juan Carlos un tanto azorado, aunque admirado de la emoción de su amigo -. Mientras te pasas el pañuelo, avivo un poco el fuego y pongo otro tronco, que el fuego se ha ido consumiendo y apenas queda nada; por cierto, ¿qué hora es?

Pues, si el reloj de pared no falla, llevamos cuatro horas de cháchara, son las 11, ¿tienes hambre?

Pues si te digo la verdad, aún tengo los canelones de Montse circulando por mi estómago – dijo Juan Carlos mientras colocaba bien un tronco bien grueso que no tardó en prender.

Pues entonces nada mejor que un Vermouth de los que hacen por aquí para abrir el apetito. – Pedro abrió el mueble bar, cogió un par de vasos que llevó a la cocina, donde puso hielo y una rodaja de limón, regresando a la sala donde escanció unas generosas medidas del vermouth –

sábado, 12 de mayo de 2012

Trata a los demás como quieren ser tratados

A menudo, tanto a nivel personal como a nivel corporativo o institucional, echamos mano de una frase que he oído miles de veces, por no decir centenares de miles de veces: trata a los demás como a ti te gustaría ser tratado, ha sido una frase que me ha acompañado toda mi vida y que he utilizado sin el menor asomo de rubor, dándola por buena ya que, a fin de cuentas, había sido mi fiel compañera de viaje.

Es un mandato que desde siempre estuvo conmigo y es un mandato que he decidido romper, por mi propio bien, por el bien de las personas con las que me relaciono y, sobre todo, por el bien de la diversidad.

Afortunadamente, todos somos iguales pero también todos somos diferentes, la inmensa mayoría de nosotros necesitamos sentirnos miembros de la comunidad pero, a la vez, necesitamos saber que somos únicos e irrepetibles. Si digo que soy hombre, europeo y católico, estaré compartiendo características con, por lo menos, un centenar de millones de personas; si a eso añado aspectos tales como ser moreno, creyente en la humanidad, padre y enamorado del barrio de Gracia de Barcelona (España), posiblemente eso se reduzca notablemente.

En demasiadas ocasiones esa celebre frase trata a los demás como a ti te gustaría ser tratado, nos lleva al “café para todos”, algo injusto por cuanto no hay mayor injusticia que tratar igual a personas diferentes, algo que podemos ver en las familias, en las empresas o en las organizaciones de cualquier tipo.

Desde este foro propongo un cambio sustancial en la frase y propongo también que no sea un mandato que seguir si no, bien al contrario, una convicción que hacer nuestra: trata a los demás como quieren ser tratados.

Habrá quien encontrará esto una cuestión de matiz o que incluso encontrará detestable que algunas personas quieran ser tratadas de un modo que ellas consideran inmoral, algo basado, en una buena parte, en nuestra educación, en nuestros valores, algo considerablemente diferente entre una cultura y otra, pero también entre una familia de un edificio y sus propios vecinos, o entre un Equipo de trabajo y otro, ambos de la misma organización, institución u organismo.

¿Nos atrevemos a probarlo, aún y considerando que nos sacará de nuestra zona cómoda?

miércoles, 9 de mayo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XVI)


CAPITULO III

 Necesito quererme (II)

Venga Juan Carlos – dijo a voz en grito Pedro desde la sala – ya tenemos un fuego que nos va a tener calentitos, como dos abueletes, unas cuantas horas.

Juan Carlos entró con las tazas en una bandeja y las dejó sobre una mesita accesoria colocada entre las dos butacas orejeras, de cretona, una de las joyas de la casa, encontradas en un brocanter de un pueblo cercano, Peratallada, una de las maravillas medievales del Empordá.

Se quedaron un rato en silencio, escuchando el crepitar del fuego y el chisporroteo de la resina que estallaba al contacto con el calor. Realmente, estaban ensimismados mientras a sus rostros iba retornando el color, la sangre volvía a circular por sus venas y eso les daba una sensación de vida y bienestar, a la par que les abstraía de todo, cautivándoles con su baile juguetón.

Bueno Pedro, ¿cómo sigue la historia?, te habías quedado en  las vacaciones forzosas que te había dado Ruiz.

Sí, la verdad es que se portó muy bien; recuerda que adelantó 5 días su regreso y que nos vimos el 9 de diciembre, el día de la Constitución, o sea, un festivo. Según me dijo Marga, se asustó mucho y diría que llegó a sentirse culpable por permitir el ritmo trepidante que me había autoimpuesto, muy superior al que él había llevado en los años en los que ocupó mi puesto.

De acuerdo pero, por lo que cuentas, fuiste tu el que se impuso el ritmo, el que decidió trabajar 14 horas al día, el que escogió trabajar los fines de semana, el que cambiaba sus prioridades familiares por las profesionales – dijo Juan Carlos –

Cierto, pero como Jefe, uno debe saber donde está el límite que va a permitir a su Equipo, por más que los resultados tengan importancia, si no, te expones a no ser más que un criadero de gente quemada que no hace otra cosa que quemar, a su vez, a las personas que trabajan con ellos. Según me confesó el propio Ruiz años después, aquel incidente le marcó de un modo que jamás habría imaginado.

La charla que tuvimos le hizo tomar conciencia de la velocidad que llevábamos, los riesgos que estábamos corriendo y que no pensaba permitir. Ruíz es un gran hombre, sin ninguna duda.

Bien, prosiguiendo con la historia, salí del despacho de Ruíz con la promesa de no volver hasta un mes después. Salí a la calle y en Madrid estaba cayendo una buena nevada; yo iba como borracho, como si fuera otro el que estuviera circulando con mi cuerpo, hasta el punto de tener la sensación de verme desde fuera….no sé, algo muy raro, aunque tiempo después descubriría que era algo normal en mi estado.

No recuerdo como, pero llegué a casa alrededor de las 6 y allí me estaba esperando Ana, preocupada y cariñosa a la vez; abrió la puerta y al verme me abrazó y se puso a llorar otra vez; notaba sus sollozos y sus lágrimas en mis propias mejillas. Ella también se sentía culpable por haberme dejado solo; es lo cruel de este tipo de situaciones, que hieren a todo el mundo y hacen sentirse culpable a quien menos lo es.

Estuvimos cenando con todo el cariño que había faltado en esos últimos años, parecíamos dos tortolitos y nuevamente hubieron muchas promesas, esta vez ciertas, de cambios de comportamiento. No te cuento como acabó la cena porque un andaluz de adopción como tu puede imaginarlo perfectamente – dijo Pedro con un guiño de complicidad y picardía -.

Serían poco más o menos las 9 de la noche cuando llamamos a casa de sus padres para hablar con las niñas, a las que habían mantenido despiertas para que pudieran hablar con papá. Créeme si te digo que nunca las voces de mis hijas me habían sonado tan deliciosas, aquellas lengüecillas de trapo que apenas pronunciaban frases coherentes. Sus risas me acompañaron muchas semanas y fueron, en parte, mi salvación.

Estuve del orden de una hora de reloj hablando con mi suegro, un hombre como pocos, una persona que me acogió como si fuera su hijo. Dijo poco, muy poco, tan solo escuchó mi historia y me tranquilizó diciéndome que el lunes de la semana siguiente había concertado un chequeo en un centro médico de la Mutua en la que había trabajado.

Nos metimos en la cama a las 11 de noche y nos despertamos doce horas más tarde, con una sensación de felicidad como no recordaba desde hacía mucho tiempo. Abrimos las cortinas de la habitación y descubrimos un Madrid cubierto con un manto blanco, el termómetro marcaba -5º en el exterior pero lucía un sol brillante.

martes, 8 de mayo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XV)


CAPITULO III

 Necesito quererme (I)
Está refrescando a base de bien - dijo Juan Carlos apretando un poco más su bufanda de lana - aunque, claro, en esta época digo yo que será normal, salvo que las cosas en la costa catalana hayan cambiado mucho; son las 6 de la tarde y el sol ya ha hecho su despedida aunque, eso sí, por todo lo grande.

Sí, desde luego, nada mejor como ver la despedida de un día después de Tramontana, con la atmósfera despejada y estos tonos rojizos jugueteando por el aire. No hay nada tan maravilloso como lo que nos brinda la naturaleza, y eso no es de pago – dijo Pedro con una cara un tanto entumecida por el frío y la humedad –

Bueno Juan Carlos, creo que en estas tres horitas cortas esos canelones ya han más que bajado, aunque hay que reconocer que esta mujer, Montserrat, cocina como los ángeles.

Sí, y flirtea también como los demonios – dijo con cierta sorna Juan Carlos soltando una carcajada – Pobre mujer, vaya chasco se ha llevado cuando le he hablado de los negocios de mi mujer.

Pues mira, ahí has estado francamente elegante, ha sido una forma de lo más fina de no generarle expectativas, aunque hay que reconocer que la pobre se ha quedado bien fastidiada, pero no te preocupes, ya verás como mañana ni se acuerda del tema y nos vuelve a dar de comer de maravilla, además, será miércoles y eso querrá decir que Manel, su cuñado, habrá salido esta noche a pescar ya que no hay tramontana. No es por decirlo pero será difícil que comas un pescado como el de aquí.

Pues no te digo yo que no me apeteciera comer un suquet de pescado como el que había comido con mis padres hace…no sé, 200 ó 300 años.

¡Dalo por hecho! Y ahora, ¿qué te parece si vamos tirando hacia casa?, pasamos antes por el colmado, compramos un poco de bull, unos tomates y cuatro cosas que hacen falta para cenar como merecemos, volvemos a encender un buen fuego y te sigo contando.

Como quieras, aunque no entiendo como puedas pensar en la cena después de cómo nos hemos puesto con la comida de tu amiga Montse.

Chico, tampoco hay para tanto y, además, no tenemos porque cenar pronto.

El atardecer era frío y muy claro, la tramontana había dejado una atmósfera limpia, muy parecida a la sensación que Pedro tenía con la confesión a su amigo. Sus pasos les llevaron hasta la tienda de ultramarinos, una especie de tienda de todo y de nada a la vez, donde podías encontrar desde unas alpargatas (en temporada), hasta un buen jamón del país.

Juan Carlos pudo ver con el cariño que trataba la gente en el pueblo a Pedro, no había persona que no le dirigiera una sonrisa, una palmada en la espalda, un sincero “hasta ahora”; realmente se le veía sereno, plácido y tranquilo con el mundo en general y con él mismo en particular. Eso debía ser el éxito se dijo así mismo, o eso, o algo muy parecido, pero no el éxito que le había contado que era un engaño, si no el real, el que él apreciaba como tal.

Ya eran casi las 7 cuando salieron de la tienda, las luces del pueblo estaban iluminadas y se veían las luces de algunas barcazas de pescadores en la mar, el viento estaba calmo y la temperatura era fría, muy fría, de unos 4 ó 5 grados, acentuada por la humedad que calaba hasta los huesos.

Esta temperatura – dijo Juan Carlos – despeja a un muerto, madre mía, que frío. Ya no recordaba lo que era el invierno en la Costa Brava, estoy aterido.

Venga, en cinco minutos llegamos a casa y encendemos un buen fuego. Eso es lo bueno de tener un contratiempo, en cuanto se soluciona, la sensación es mucho más placentera. Parece mentira que no apreciemos las cosas hasta que nos faltan, aunque estoy contigo en que hace cierto fresquito.

Entraron en la casa que aún mantenía el calor del fuego de la mañana, lo cual hizo dar un respingo a Juan Carlos, por el cambio de temperatura. Notó como la sangre empezaba de nuevo a circular por todos y cada uno de sus capilares sanguíneos, reconfortando su cuerpo de la cabeza a los pies.

Pedro se afanó en preparar un buen fuego mientras Juan Carlos cacharreaba en la cocina poniendo agua a hervir para tomar una infusión bien caliente. Al cabo de pocos minutos, la Bullote lanzó su pitido inconfundible, confirmando que el agua estaba a punto y la puso en las tazas en las que ya había colocado los pequeños filtros con las hierbas.

domingo, 6 de mayo de 2012

Atravesando nubes


El día es gris, las calles huelen a mojado y, al pasar junto a un parque, el olor a hierba húmeda excita mis sentidos. Pasos acelerados que no quieren el agua pegada a su piel, pasos inciertos y pasos seguros, pasos ligeros y pasos pesados pero pasos al fin.

En el trayecto hacia el aeropuerto, las calles tienen otro color, para unos color de vida, para otros color de tristeza y, pese a que la lluvia moja por igual, ves caras de fastidio por planes ahora sin sentido y caras de alivio, de limpieza, de pureza por el agua que cae.

Miro al cielo y veo negrura, oscuridad y me asalta una sensación: miedo, miedo a lo oscuro, a lo incierto, a lo que queda fuera de control. Nubes gruesas, bajas, como manchas en el cielo que impiden ver su lienzo azul, borrones de realidad, explosiones de naturaleza.

Subo al avión y veo algunas caras de circunstancias, otras de tranquilidad y, algunas, de auténtica preocupación, quizás por la lluvia que está cayendo, o quizás por su propia lluvia interior, lluvia al fin.

El agua arrecia, se intensifica, justo en el momento en el que los motores rugen con fuerza, los frenos se sueltan y el monstruo empieza a caminar, tomando cada vez mayor velocidad mientras su potencia me mantiene pegado al asiento y mis manos se cogen con fuerza al reposabrazos. Cierro los ojos, noto como el morro se eleva, ahora las ruedas delanteras se despegan del suelo; sensación de independencia, ahora lo hacen las traseras, ya nada nos mantiene en tierra. Juntos hacia un destino.

Ascendemos todos a una y la negrura de las nubes se acerca impertérrita a nuestra marcha, ¿o somos nosotros quienes nos acercamos a ella?, maravillosa perspectiva de uno u otro lado. El ascenso es firme hasta que el cúmulo de nubes nos engulle, ahora todo es oscuridad, temblores al atravesar su núcleo, zarandeos que remueven mi interior, cada vez más intensos…

…Y ahora paz, suavidad, el sol me deslumbra con todo su esplendor, me calienta la cara y me da tranquilidad, ahora todo es luz y, bajo ella, mis temores, la oscuridad. Pienso en mi Vida, en las  zonas turbulentas que atravieso olvidando, quizás, que tras ellas está el sol, siempre, sin ninguna excepción.

¿Atravesamos las nubes yendo hacia el sol, con coraje y temple?

miércoles, 2 de mayo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XIV)


CAPITULO II

 Viviendo el éxito (X)

Cuando me recibió, tenía preparado un refrigerio a base de canapés, pinchos y refrescos. Todo lo que había en aquel despacho invitaba a la confidencia, así que me abrí tal y como había hecho con Ana.

Juan Carlos y Pedro llegaron a un mirador en el camino y se sentaron en un banco que tenía una vista privilegiada de un Mediterráneo ahora en calma.

Le conté mis sensaciones, aunque omitiendo la noche pasada con mi otro yo, no fuera que me tomara por loco. Tampoco se trataba de eso.

Después de dos horas de monólogo, me sugirió que tomara vacaciones hasta después de reyes, luego ya veríamos, pero estaba claro que no podía seguir ese ritmo.

Esos dos días vi claro que el éxito era otra cosa, era mi mujer, eran mis hijas, era el trabajo hecho con amor, era el compromiso con los otros, era mi espacio y el espacio de los que quiero, era ser y no tener o hacer, aunque en aquel momento aún no sabía que faltaban piezas importantes en el puzzle.

Ahí empezó, de verdad, a gestarse el cambio en mi vida. Tenía 32 años y un montón de ilusiones por descubrir.

Ostras Juan Carlos!, mira que maravilla de puesta de sol; eso forma parte del éxito, poder ver una vista como esta con un amigo y sentirte feliz, aunque para ello hayan tenido que haber aprendizajes muy duros.

Desde luego, si no puedes ver una puesta de sol como esta junto a un amigo, ¿para qué sirve el éxito?

Esa fue la enseñanza que extraje de ahí aunque más que esa, fue la matización del significado del éxito

¿Qué quieres decir con eso?, preguntó Juan Carlos deleitado por los tonos anaranjados del sol mientras desaparecía, cada vez más rápido, en un Mediterráneo que iba tornando su azul en unos tonos cálidos que invitaban a la contemplación y la confidencia.

Sí, tenía la misma idea del éxito que pueda tener cualquier chaval de treinta y pocos años: mucha proyección social, sensación de imprescindibilidad, ropa cara, coches caros, una nómina con muchos ceros, club social, gente a tu alrededor que no hace otra cosa que reírte las gracias y alguna que otra idiotez por el estilo.

¿y?

Acabé descubriendo lo que te decía, que el éxito está en cada uno y para nada depende de lo que tienes o lo que haces si no de lo que realmente ERES y de la huella que dejas en los tuyos, en tu pareja, en tus hijos, si los hay, en tus amigos y, al final, en la comunidad de la que formas parte.

Ahora tengo claro de que vivía un sucedáneo de vida, con mucha intensidad, eso sí, pero sin pararme a pensar en ningún momento bajo  què valores estaba viviendo esa etapa; cuando lo hice, descubrí que estaba traicionando mis más íntimas creencias: La familia, mi esposa, la honestidad, la libertad

¡Que equivocado llegué a estar!; tenía todo lo que necesitaba para ser feliz y a punto estuve de tirarlo por la borda. Tal como te decía, empecé a atisbar el significado del éxito pero aún quedaba mucho camino y aprendizaje por recorrer.

Podría decirse que viví el éxito de revista de Peluquería, y ahí fue también donde empecé a pensar si realmente me quería o quería la imagen que reflejaba en otros. Déjame ser un poco místico – dijo Pedro con un guiño de complicidad – asemejo esa etapa a La Caverna de Platón, donde solo veía las sombras de la realidad.