CAPITULO II
Viviendo el éxito (VI)
Pedro y Juan Carlos fueron a sentarse a una mesa que estaba preparada
junto a la llar de foc, donde también les prepararían unas tostadas de pan de
pagés con tomate. En la mesa ya estaba el porrón con vino negro de la casa y
una gaseosa, del cual bebió Pedro antes de arrancar la conversación.
Ya verás como no habrás comido mejor en tu vida, de verdad lo digo –
dijo a la vez que un sonido intestinal delataba el hambre que le atenazaba
desde que se habían levantado hacía, según él, demasiado tiempo.
¡Vaya! – dijo Juan Carlos – veo que realmente hacía falta entrar aquí de
inmediato. Bueno, sigue con la historia, que no siempre tiene uno a Pedro Puig
para que le cuente su vida.
No olvides, Juan Carlos, que toda esta historia es la que necesito
contarte para que entiendas algunas cosas, para que por fin me perdones de
corazón.
No digas sandeces, hombre, yo ya te he perdonado, creo que el que no se
ha perdonado eres tu.
Pues entonces, será que necesito contártela para quedar en paz conmigo
mismo, sin que hayan medios de comunicación por medio.
Llegaron las tostadas y un fuerte all i oli para acompañarlas, así que
ambos se tomaron unos minutos para preparar el manjar que les daría un respiro
a sus estómagos.
Fue entonces cuando Pedro, poco a poco, continuó su historia allí donde
la había dejado, con un tono de voz que denotaba aceptación, congoja y
sentimientos muy profundos.
Ayer nos quedamos en mi promoción, con 31 años, a Director General de
Producción. Recuerda que te dije que por un momento, tuve la cordura que me
faltó para darme cuenta de que todo era un engaño que aceptaba de buen grado.
Hablamos de 1991, años preolímpicos y años pre-expo, con una actividad
económica en España fuera de lo común. Mi actividad se multiplicó y, si antes
eran 14 horas diarias de trabajo, ahora también estaban los fines de semana, he
incluso meses enteros en los que estaba de viaje, inaugurando una planta en el
hemisferio norte para, a la semana siguiente, hacer lo propio en la otra punta
del mundo.
Mis hijas crecían y yo prácticamente ni las veía, Ana estaba, como
siempre deliciosa, pero quejosa de que no se me veía el pelo y yo llegaba a
plantearme si no eran celos por mi progresión profesional.
Llegó junio de 1992, toda Europa estaba en crisis y, por el contrario,
nosotros íbamos como una moto, habiendo participado al máximo en los fastos que
tenían lugar en España. Era un 15 de junio y Marga me llamó por teléfono a
París para anunciarme que habían llamado de la Junta de Andalucía para darme un
premio por nuestra participación en la Expo. Aquello fue el principio del fin –
dijo con los ojos enrojecidos por la emoción.
¿Qué es lo que pasó ahí?, Pedro
Simple, le había prometido a Ana y a las niñas que nos iríamos de
vacaciones al Parque Disney a París y, de hecho, ya estaba todo reservado;
incluso Marga me lo recordó cuando me llamó, aún recuerdo que me dijo “Pedro,
ojo que tienes el viaje con tus chicas previsto en las mismas fechas” y le
contesté que llamara a Ana diciéndole que lo cambiara todo para una semana más
tarde.
Ana me llamó al día siguiente y si te digo que estaba sin tono vital, te
digo poco; me dijo “Pedro, esto no puede continuar, tenemos que hablar”, así
que, a regañadientes, volví a casa la día siguiente.
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