CAPITULO II
Viviendo el éxito (II)
En TORTEL intentaron retenerme, pero mi decisión era firme; hubieron
muchas lágrimas y despedidas eternas, pero yo estaba henchido como un pavo
real. Por fin me empezaban a valorar como al resto de compañeros de promoción,
¡como iban a rabiar algunos!!
De aquellas despedidas hubo una especialmente dolorosa, la de Renovales.
Nunca pude disculparme ya que murió al cabo de dos años de mi salida y, en
aquella época, yo aún era una persona Importante, con mayúsculas, que no pedía
perdón. Me dio la mano y me dijo que aquella siempre sería mi casa, pero yo lo
tomé como un “ojo chaval que tu no estás preparado para jugar en primera
división”, así que le contesté de forma estúpida “mire Renovales, que usted no
lo haya conseguido, no quiere decir que yo no pueda hacerlo; llegaré muy alto,
saldré en los diarios y la gente pagará mucho dinero porque trabaje para
ellos”. Y de hecho así fue, pero lo que no sabía es que aquello era un éxito
efímero y que la calidad humana de Renovales no tenía parangón.
Tiempo después me enteré de que había sido un Directivo de primera fila
que decidió vivir una vida distinta, lejos de los oropeles y la
superficialidad. Quien me lo contó, y merece toda mi confianza, me dijo que
había llegado muy alto y que nadie entendió porque había renunciado a todo y se
había ido a una pequeña compañía regional de segunda fila.
Juan Carlos escuchaba con atención las palabras de Pedro y asentía de
vez en cuando. Su actitud era la de quien no se pierde ni un solo matiz de lo
que estaba contando su amigo.
Nos trasladamos a Madrid y la verdad es que aquella gente sabía como
hacer las cosas, nos ayudaron en la búsqueda del piso e incluso hicieron
circular el CV de Ana, que no tardó en encontrar su nuevo empleo, esta vez como
profesora a tiempo parcial en una escuela de negocios, impartiendo clases en un
master de Recursos Humanos para recién licenciados.
Todo iba de maravilla, o al menos eso pensaba yo. Pasaron 5 años y
vinieron dos niñas preciosas, Ana y Catalina, a las que yo apenas veía
despiertas más que el fin de semana.
No te descubro nada si te digo que trabajaba 14 horas diarias y que me
pasaba viajando 4 días por semana, aunque mi sueldo, eso sí, se iba a la
estratosfera, así como mi prestigio entre los Jefes.
Tenía solo 30 años y ya estaba como Jefe de Producción, con un salario
de 10 millones de pesetas, un AUDI A4 en la puerta y una secretaria. La verdad
es que me creía el amo del mundo. Mi departamento tenía cierta rotación, pero
no más que el resto de compañeros.
Entre mis colaboradores, que en aquella época llamaba subordinados,
tenía fama de ecuánime, riguroso, responsable e implacable con los holgazanes y
reivindicativos. ¡Ojalá pudiera verme ahora Renovales!, valiente fantoche. Los
resultados eran los mejores de toda la historia, y eso sucedía desde que me
había hecho cargo de la Jefatura. Hablamos de 1990 y estaba, sin lugar a dudas,
en el camino adecuado hacia la cima.
Ana me adoraba pero yo no tenía tiempo para ella ni para las niñas; le
juraba y perjuraba que llegaría el momento de más tranquilidad pero que, por el
bienestar de todos, ahora tenía que volcarme en mi carrera. Apenas hablábamos
más que por teléfono y a deshoras. Yo notaba que mi relación con las niñas era
prácticamente inexistente, pero pensaba que ya llegaría el momento en que
poderlas recuperar, dedicándoles más tiempo.
Mis padres me veían
con preocupación ya que solo vivía para trabajar y para mi carrera; no hacía
nada que no pudiera tener una repercusión directa en ella. Creía que tenía un
montón de amigos, pero debo reconocer que la gran mayoría eran tan solo
aduladores a los que admiraba por su devoción a mí.
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