Durante muchos años consideré el
conflicto como algo nocivo, fuente de malestar y peligro, quizás por vivir en
un círculo en el que este era constante y la única manera de salir adelante,
para un niño y adolescente, fuese evitarlo, aunque visto con la retrospectiva
del tiempo, me doy cuenta de que la única manera de haber acabado con aquello,
hubiera sido afrontarlo con todas sus consecuencias.
Es cierto, nuestros filtros
mentales, nuestras experiencias, nos marcan, muchas veces de forma
inconsciente, hasta que somos capaces de tomar conciencia de ello y, a partir
de ahí, iniciar la transformación, algo que ocurre tanto en las personas como
en las organizaciones.
La homogeneidad continuada, la
ausencia de discrepancia, nos lleva a una armonía artificial de la cual
difícilmente puede salir riqueza. No existen sistemas de ningún tipo que estén
en homeostasis continuada, algo que se ve reflejado en el propio sistema solar
con la desaparición de unas estrellas, la aparición de otras, la aparición de
meteoritos y tantas otras.
Pensamos de un modo distinto,
actuamos de una forma diferente porque nuestras creencias, nuestros valores y
nuestras percepciones, son notablemente distintas. Si nos quedamos únicamente
con nuestra percepción, impuesta sobre otros, no generamos más que resignación,
recelo y posiblemente odio, es por ello que una exposición, tranquila o
acalorada, templada o vehemente, da lugar a un arco iris de diversidad
difícilmente igualable.
Vemos organizaciones que se
enorgullecen de esa inexistencia de discrepancias, donde todo es, en
superficie, un mar en calma, todo es políticamente correcto….al menos en
apariencia, porque en las profundidades de la misma, lo que se está gestando es
un auténtico tsunami que, en un momento u otro, aflorará en la superficie
llevándose por delante lo que sea necesario. Organizaciones en las que la innovación
suele brillar por su ausencia, en las que la jerarquía es la única fuente de
comunicación, en las que el error es un fracaso y no un aprendizaje.
Cuando expreso mi discrepancia,
doy ocasión al otro de saber mi sensación, mi perspectiva, como es posible el
sentido inverso, evitando las presuposiciones, alimentando el conocimiento
mutuo y la confianza.
Estar abierto a otras corrientes
de opinión, a otros ángulos de percepción, no solo es higiénico si no que es
tremendamente enriquecedor. Tomemos el tiempo para despersonalizar, para estar
con la mente del aprendiz, abierta y absorbente como una esponja, para debatir
desde la capacidad de recibir lo desconocido sin temor, si no con la ilusión
del nuevo manjar.