CAPITULO III
Necesito quererme (IV)
Ya verás, esto levanta a un muerto
Espero que no haga falta –expresó Juan Carlos con cara de circunstancias
–
Una vez acomodados nuevamente en las butacas con unos cacahuetes para
picar junto a los vasos, Pedro prosiguió con su historia.
Las niñas durmieron en casa de los abuelos y Ana y yo fuimos al
apartamento, un pisito muy coquetón de tres habitaciones junto a la Plaza del
Diamant, en pleno centro del barrio de Gracia. Allí pasamos la noche hablando,
es como si quisiéramos recuperar todos aquellos años en unas noches.
Convinimos en conservar aquel apartamento y el piso de Madrid, en pleno
barrio de Salamanca, como no podía ser de otra manera para un ejecutivo de
éxito como yo. Una parte de la coraza había empezado a desprenderse, pero aún
quedaba una buena parte de Ego que luchaba por mantenerse a flote y seguir
comiéndose a la persona que había en mí y que tan poco conocía.
El lunes siguiente fui a la Mutua de mi suegro y allí me hicieron un sin
fin de pruebas, análisis y exploraciones, ¡no les quedó sitio donde mirar!,
pero lo más duro fue la reunión con el psicólogo; allí me vine abajo y tuve un
episodio muy parecido al que había tenido el día de la comida con Marga, el día
en que se desencadenó todo; simplemente, no podía dejar de llorar.
Ana se asustó mucho y se tranquilizó cuando le dijeron que era un ataque
de ansiedad provocado por la tensión nerviosa, es decir, un estrés de caballo
y, por tanto, algo que podía tener solución si ponía las medidas para ello; de
algún modo, todo estaba en mis manos, pero harían falta grandes dosis de
conciencia.
Al cabo de una semana, la situación se había normalizado mucho, quizás
demasiado, aunque en aquel momento, no era consciente de ello. Pasamos un mes
de diciembre de ensueño, a Ana le dieron una semana de vacaciones adicional a
las dos semanas que, por convenio, hacían en la empresa, así que pudimos estar
todo el mes de diciembre conviviendo como si de una familia normal se tratara.
Mientras las niñas iban al cole, aprovechábamos para estar juntos, para
hacer de novios, en todos los sentidos, hasta el punto que mi suegra me decía
que lo tomara con calma, que aún acabaría en el hospital por un exceso de
fogosidad juvenil – ahí, salió una sonrisa de oreja a oreja, como recordando la
escena y una carcajada sincera de Juan Carlos –
Los días de fiesta escolar estuvimos continuamente arriba y abajo, aquí
en Calella, en Sitges, visitando a amigos por toda Cataluña, amigos a los que
hacía siglos que no veíamos al habernos trasladado a Madrid; algunos nos
recibieron con auténtico cariño y otros, por mero compromiso; fue otro
aprendizaje, la amistad es como una planta que necesita de cuidados, hay alguna
que es muy resistente, como el cactus, algo muy parecido a ti mismo, Juan
Carlos, y otras más débiles que, por falta de riego, simplemente murieron o,
para hablar con mayor propiedad, dejé morir de inanición.
El día de Navidad fue un día muy especial, lo celebramos en casa de mis
suegros, como cada año, pero este año había una gran diferencia, no estaba el
Pedro Ejecutivo si no el Pedro persona, el marido, el padre, el hijo, el que no
tenía que hacer ostentación de nada para ser querido, pero el que sentía que no
era merecedor de todo aquel amor.
Tenía sentimientos ambivalentes, por un lado, me sentía el hombre más
feliz de la tierra, por otro, me sentía un estafador, indigno de recibir lo que
me estaban dando. Ana se daba cuenta de todo, pero me hizo creer que no notaba
nada para hacérmelo más fácil; las niñas estaban felices y no se desenganchaban
de mi, algo que por otro lado era normal ya que, por una vez, tenían padre en
jornada completa.
La fiesta de fin de año fue también algo muy especial, lo celebramos en
casa de unos amigos de siempre, de unos cactus de la amistad, aquellos que no
necesitan de muchos cuidados para mantenerse siempre ahí. La juerga fue
fenomenal, llena de chistes, música bailoteo e inhibición hasta las 6 de la
mañana, con mis cuñados como sufridos canguros.
Al llegar a casa, nos metimos en la cama y no pudimos dormirnos ya que
empezamos a hablar del futuro y no paramos hasta el medio día, en que había
comida familiar otra vez y donde encontraríamos a Ana y a Cata.
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