martes, 22 de mayo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XIX)


CAPITULO III

 Necesito quererme (V)
Aquella última semana la apuramos yendo de compras de reyes para las niñas, poniendo toda la ilusión en ello, pero notando también como una parte de mi se iba rompiendo, como esa sensación de estar perpetrando una estafa emocional, se consolidaba en mi.

¿No lo comentaste con Ana? –preguntó Juan Carlos-

No, y visto con perspectiva, ojalá lo hubiera hecho, porque ella me habría abierto los ojos, pero déjame que acabe con esta parte de la historia – dijo Pedro mientras el reloj de pared marcaba la 1 de la madrugada –

Llegó el día de reyes y todo fue como en un cuento, primero abrimos los regalos en casa, Ana emocionada y Cata sin saber bien que era lo que pasaba pero muy excitada por que veía a su hermana como una moto y un montón de juguetes nuevos y muñecas. Mi mejor regalo fue recuperar a Ana y el suyo, mi ternura, mi mirada de adoración. Los regalos materiales que nos habíamos comprado el uno al otro, no podían igualar a las emociones.

Después fuimos a casa de mis suegros, donde la tradición imponía unas reglas de juego que, en ningún caso, podían vulnerarse, so pena que un encantamiento de la Bruja, se llevara todo lo que los Magos habían traído durante la noche.

Sentía que mi crédito se acababa, al día siguiente, volaría a Madrid y empezaría de nuevo la ruleta rusa.

Caray!, Juan Carlos, te veo hecho un jabato, sin un bostezo ni un signo de cansancio, y eso que ya es la 1 de la mañana, o sea, ese miércoles en que vas a tastar el mejor suquet de pescado que has probado en tu vida, y la verdad es que si me meto en la cama, tampoco creo que se capaz de dormirme en un buen rato –dijo Pedro con un deje cómico que más que pedir rogaba a su amigo un rato más de charla-

Sí, no estoy cansado y sí con un cierto gusanillo, pero no tanto como para cenar, ¿qué te parece si trasteo un poco por la cocina en busca de algún tentempié? – dijo Juan Carlos mientras empezaba a levantarse de la butaca-.

No, deja, deja, sigue tu con el fuego que te has revelado como un auténtico experto en mantener la lumbre y yo prepararé algo con lo que te chuparás los dedos –dijo Pedro mientras se desperezaba y se dirigía hacia la cocina-.

Juan Carlos oía ruidos de latas que se abrían, picadoras eléctricas que trituraban algo y, al cabo de unos minutos, apareció Pedro con una bandeja en la que había un bol con una pasta de color marrón grisáceo, de una textura parecida a la de la sobrasada, una botella de vino blanco “Blanc Pescador” abierta y un par de copas.

Fíjate bien en esto, Juan Carlos, lo probé en un restaurante de por aquí y no paré hasta dar con la receta, muy tonta, por otro lado. No es más que una lata de olivas negras sin hueso, aceite de oliva virgen y una lata grande de anchoas, algo a lo que llaman Olivada y que tiene un sabor y una textura muy peculiares, ya verás, pruébalo.

Juan Carlos, no sin cierta prevención, untó una tostada pequeña con el mejunje que Pedro le acercaba y lo llevó a la boca, masticando muy poco a poco, como si no quisiera llegar a paladear el bocado, hasta que su cara cambió por completo cuando percibió los matices de su sabor, especialmente el del aceite de oliva Virgen, fuerte y sabroso, acentuando el sabor a mar de la anchoa y el, hasta cierto punto amargo, de la oliva.

Realmente sabroso, de verdad, y eso que no lo creía demasiado –dijo Juan Carlos jocoso-

No hace falta que lo jures, no -respondió Pedro con una sonora carcajada – cualquiera hubiera pensado al ver tu cara que estabas tomando aceite de hígado de bacalao o algo parecido.

Pedro llenó las copas y brindaron por esa semana de reencuentro, de complicidad y de camaradería, para tomar un sorbo de vino que llenó sus bocas de la aguja de aquel vino tan maravillosamente acorde con el momento, fresco y con un toque muy característico.

Bueno - dijo Juan Carlos -, sigue contándome.

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