miércoles, 9 de mayo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XVI)


CAPITULO III

 Necesito quererme (II)

Venga Juan Carlos – dijo a voz en grito Pedro desde la sala – ya tenemos un fuego que nos va a tener calentitos, como dos abueletes, unas cuantas horas.

Juan Carlos entró con las tazas en una bandeja y las dejó sobre una mesita accesoria colocada entre las dos butacas orejeras, de cretona, una de las joyas de la casa, encontradas en un brocanter de un pueblo cercano, Peratallada, una de las maravillas medievales del Empordá.

Se quedaron un rato en silencio, escuchando el crepitar del fuego y el chisporroteo de la resina que estallaba al contacto con el calor. Realmente, estaban ensimismados mientras a sus rostros iba retornando el color, la sangre volvía a circular por sus venas y eso les daba una sensación de vida y bienestar, a la par que les abstraía de todo, cautivándoles con su baile juguetón.

Bueno Pedro, ¿cómo sigue la historia?, te habías quedado en  las vacaciones forzosas que te había dado Ruiz.

Sí, la verdad es que se portó muy bien; recuerda que adelantó 5 días su regreso y que nos vimos el 9 de diciembre, el día de la Constitución, o sea, un festivo. Según me dijo Marga, se asustó mucho y diría que llegó a sentirse culpable por permitir el ritmo trepidante que me había autoimpuesto, muy superior al que él había llevado en los años en los que ocupó mi puesto.

De acuerdo pero, por lo que cuentas, fuiste tu el que se impuso el ritmo, el que decidió trabajar 14 horas al día, el que escogió trabajar los fines de semana, el que cambiaba sus prioridades familiares por las profesionales – dijo Juan Carlos –

Cierto, pero como Jefe, uno debe saber donde está el límite que va a permitir a su Equipo, por más que los resultados tengan importancia, si no, te expones a no ser más que un criadero de gente quemada que no hace otra cosa que quemar, a su vez, a las personas que trabajan con ellos. Según me confesó el propio Ruiz años después, aquel incidente le marcó de un modo que jamás habría imaginado.

La charla que tuvimos le hizo tomar conciencia de la velocidad que llevábamos, los riesgos que estábamos corriendo y que no pensaba permitir. Ruíz es un gran hombre, sin ninguna duda.

Bien, prosiguiendo con la historia, salí del despacho de Ruíz con la promesa de no volver hasta un mes después. Salí a la calle y en Madrid estaba cayendo una buena nevada; yo iba como borracho, como si fuera otro el que estuviera circulando con mi cuerpo, hasta el punto de tener la sensación de verme desde fuera….no sé, algo muy raro, aunque tiempo después descubriría que era algo normal en mi estado.

No recuerdo como, pero llegué a casa alrededor de las 6 y allí me estaba esperando Ana, preocupada y cariñosa a la vez; abrió la puerta y al verme me abrazó y se puso a llorar otra vez; notaba sus sollozos y sus lágrimas en mis propias mejillas. Ella también se sentía culpable por haberme dejado solo; es lo cruel de este tipo de situaciones, que hieren a todo el mundo y hacen sentirse culpable a quien menos lo es.

Estuvimos cenando con todo el cariño que había faltado en esos últimos años, parecíamos dos tortolitos y nuevamente hubieron muchas promesas, esta vez ciertas, de cambios de comportamiento. No te cuento como acabó la cena porque un andaluz de adopción como tu puede imaginarlo perfectamente – dijo Pedro con un guiño de complicidad y picardía -.

Serían poco más o menos las 9 de la noche cuando llamamos a casa de sus padres para hablar con las niñas, a las que habían mantenido despiertas para que pudieran hablar con papá. Créeme si te digo que nunca las voces de mis hijas me habían sonado tan deliciosas, aquellas lengüecillas de trapo que apenas pronunciaban frases coherentes. Sus risas me acompañaron muchas semanas y fueron, en parte, mi salvación.

Estuve del orden de una hora de reloj hablando con mi suegro, un hombre como pocos, una persona que me acogió como si fuera su hijo. Dijo poco, muy poco, tan solo escuchó mi historia y me tranquilizó diciéndome que el lunes de la semana siguiente había concertado un chequeo en un centro médico de la Mutua en la que había trabajado.

Nos metimos en la cama a las 11 de noche y nos despertamos doce horas más tarde, con una sensación de felicidad como no recordaba desde hacía mucho tiempo. Abrimos las cortinas de la habitación y descubrimos un Madrid cubierto con un manto blanco, el termómetro marcaba -5º en el exterior pero lucía un sol brillante.

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