Cuando estamos inmersos en un proyecto y no se cumplen los plazos o hay quien no se compromete lo suficiente y no realiza su parte, los que somos seguidores rigurosos de tiempos y compromisos, nos desesperamos, pero hay un elemento que, posiblemente, no tengamos en cuenta: la motivación de las personas hacia ese objetivo, y es que sin ella, no hay pasión si no obligación.
Podemos argüir en su contra, la necesidad del compromiso, la responsabilidad personal, etc. etc., pero entiendo que si no existe esa chispa de pasión, si no hemos sido capaces de transmitir esas llamaradas, es difícil que prenda en otros y que, por tanto, el engranaje funcione como si de un reloj suizo se tratase.
Es curioso ver nuestra indignación y obcecación cuando, una reflexión más profunda, puede llevarnos a las causas que motivan esa falta de involucración claro que, como siempre, andamos buscando culpables fuera cuando las causas (que no las culpas), pueden tener su origen en nosotros mismos.
Y es que pretendemos que las otras personas se motiven con los mismos desencadenantes que nosotros, algo que peca de soberbio egocentrismo. Se trata de analizar esos catalizadores emocionales que consigan subir la energía necesaria para ese proyecto, sea cual sea, con la certeza de que los resultados, no tendrán nada que ver.
En el momento en que veamos el brillo en los ojos, una mirada distinta, apasionada, es que estamos en pleno momento de alineación con el objetivo y, por tanto, bastante más cerca de él que pretendiendo imponerlo. Propongo invertir más tiempo en su arranque, posiblemente lo ahorraremos en su ejecución.
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