Anoche tuve un sueño, como Martin
Luther King tuvo el suyo un día, como los tienes tu o como los tienen nuestros
hijos. Anoche tuve un sueño y soñé que realmente me deshacía de la parte
superflua de mi ego, que lo efímero dejaba de hacer mella en mi, que mi esencia
surgía de entre los manojos de creencias y se hacía firme en sí misma.
Tuve el sueño de permitirme ser
vulnerable ante la gente con la que formo un Equipo o tengo una Relación, y vi
en ello la autenticidad propia y la ajena, como también vi que no todo el mundo
podía soportar que me expresara en todo mi ser.
Tuve el sueño de ver que yo no
podía cambiar a nadie pero que los cambios que obraba en mi, impactaban
directamente en todo mi entorno, y entonces descubrí lo que significaba cambiar
el mundo, porque el mundo empieza, especialmente, dentro de mi, de ti y de
todos y cada uno de nosotros.
Alguien me miró a los ojos y vi
en los suyos esperanza, agradecimiento e ilusión, y comprendí que el dar era un
acto de amor y que la recompensa era el acto en sí mismo.
Soñé que te miraba y entraba
dentro de ti, en tu esencia, en lo más profundo de tu ser, por debajo de todas
las capas que le mostrabas a otros, y entonces comprendí que eso era confianza
y generosidad y comprendí que era grande, muy grande; pero también comprendí
que para eso, antes me tenía que haber mostrado ante ti.
Esos fueron mis sueños, sueños de
ser, no de tener, sueños de ser, no de hacer, sueños de ser, por debajo del
ser, donde nada es precario, donde las cosas son para crecer en nosotros, para
extender nuestros límites.
Llegó la mañana y decidí exportar
mi sueño, vivirlo en sí mismo. Pude ver como algo despertaba y se hacía mi
cómplice. Pensaba que aquello era una meta y comprendí que no era más que un
nuevo punto de partida, cuyo destino era el camino del ser en sí mismo, y
entonces empecé a Vivir.
¿Vivimos?
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