CAPITULO I
Empezando por el final: El reencuentro (II)
“—En TORTEL
estuve 3 años, el tiempo suficiente para aprender los tejemanejes de
la gestión y
el liderazgo de personas. Allí tuve a quien me enseñó verdaderamente lo
que se podía
conseguir con personas bien motivadas, bien formadas y con ambición.
Renovales,
mi jefe allí, consiguió de mí jornadas de 14 horas, trabajos de fin de semana,
viajes interminables, reuniones con personas de las que aprendía en todo
momento…Un gran tipo Renovales, siempre con una palabra amable, con una palabra
de ánimo que sabía llegar a lo más profundo de mi ambición. En aquella época lo
único que me importaba era demostrarme a mí mismo que podía con todo, fuera lo
que fuera; sentía la necesidad de demostrarle a mis padres, a Ana y a mis
amigos que realmente era una persona capaz de llegar muy lejos…, aunque tengo
que confesarte que, en mi interior, tenía grandes dudas y, de hecho, invertía
mucho más tiempo que otros colegas para conseguir los mismos resultados que
ellos.”
Juan Carlos
escuchaba a su amigo con una mezcla de curiosidad, cariño, -ese cariño
que solo los
amigos de verdad podían dar-, e inquietud.
El teléfono
les sacó de esa burbuja de complicidad en la que se habían sumergido.
Pedro se
levantó con tranquilidad, sin prisas y contestó.
“—Hola Ana.
Sí, estoy aquí, en Calella, con Juan Carlos, poniéndonos al día de estos
últimos
veintitantos años. Sí, no sufras, estamos en casa y a cubierto y, con el ruido
que hace el
viento, no creo que salgamos en los próximos tres días. El mar está
embravecido, precioso, con esa furia que solo el Mediterráneo puede tener.”
“—Era
Ana—comentó Pedro, volviéndose a sentar – siempre está pendiente de mí, especialmente
ahora. La verdad es que no sé si habría podido pasar todo esto con alguien que
no fuera ella.”
Juan Carlos
asintió comprensivo ya que veía en los ojos de su amigo la emoción
contenida.
Pedro cruzó
las piernas, y con un gesto mecánico se colocó el pantalón. Mirando al fuego
continuó:
“—Bien, en
TORTEL, pasé una magnífica temporada y cuando me iba a casar,
llegó mi
nueva oportunidad. Ya no era el becario, había sido promocionado a Responsable
de Área. Y entonces recibí aquella
llamada del profe de la Facultad, Maquiavelo le llamábamos ¿recuerdas?, porque
nunca tenía un pensamiento bueno en la cabeza.”
“—En aquel
momento yo tenía a mi cargo un equipo de 10 personas, y a mi prometida
Ana, técnico
del Departamento de Recursos Humanos. Nos acabábamos de
comprometer
y todo iba viento en popa. Incluso, como tenía que desplazarme bastante, me
pusieron coche de empresa, un Seat Ritmo, con aquel horroroso
color
amarillento corporativo, —rememoraba Pedro.”
Afuera, la
fuerza del viento crecía y el ruido se hacía, como siempre, ensordecedor si
estabas a la intemperie. La fiereza de una tormenta en la Costa Brava se
desataba en todo su esplendor aquella tarde.
“—Sí—intervino
Juan Carlos—, fue entonces cuando empezaste a tener un
comportamiento
un tanto atípico; poco más o menos tan fiero como el que está
mostrando
ahí fuera la tramontana y que nos llevó a aquel estúpido malentendido que
nos tuvo
separados 25 años.”
Mirando a su
amigo a los ojos, Pedro asintió:
“—Así es;
fue entonces cuando toda aquella cadena de mensajes sin
sentido
pusieron un paréntesis en una relación que llevaba 20 años haciéndonos
pasar épocas
memorables—. Tomó aliento y prosiguió—:Pero déjame que te cuente cómo fue
aquello y cómo creo que se desencadenó toda la secuencia y, lo que es más importante,
como fui descubriendo el peor de los infiernos y la mayor de las fortunas.”
Pedro dio un
largo sorbo a su té que bajo caliente por su garganta, produciéndole el
mismo
bienestar por dentro que por fuera, al calor de aquel fuego que bañaba sus caras,
dándoles un reflejo rojizo.
Juan Carlos aprovechó la pausa
de Pedro para levantarse y pegar su nariz al cristal para ver el espectáculo
del viento que se desarrollaba tras la ventana. Oyó a su espalda la voz de
Pedro que proseguía con su relato...
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