Tal como os anunciaba en mi último post, en las próximas semanas, iré desgranando el contenido de esta pequeña historia real de un ser imaginario que, perfectamente, podrías ser tu
CAPITULO I
Empezando
por el final: El reencuentro (I)
“—Cuando
miro hacia atrás y contemplo el trabajo que ha habido en estos últimos años,
veo también el sufrimiento y la negación que me hacía a mí mismo.”
Estas
palabras se las contaba Pedro a su buen amigo Juan Carlos, con quien había
recuperado una relación que, durante mucho tiempo, había estado perdida en el
cajón de los buenos recuerdos. La conversación se desarrollaba en un pequeño
pueblo de la Costa Brava, Calella de Palafrugell, a tan solo una hora de
Barcelona y a unos pocos kilómetros de Girona, en una tarde fría de invierno,
crudo y desabrido en aquella zona.
Pedro había
hecho un camino intenso, un camino de alegría, de plenitud, pero también
un camino de
descubrimientos que le permitieron reencontrarse consigo mismo, sin
escatimar
sufrimientos, como si de piel herida y putrefacta se tratara, teniendo que
frotar con
el estropajo hasta que el tejido despareciera; de algún modo, había sido un
renacer.
“—Pero
Pedro, tú eras un hombre de éxito, de hecho, lo sigues siendo, ¿qué es lo que
ha cambiado tanto? —le pregunta Juan Carlos, ante la mirada perdida y risueña
de Pedro.”
“—Déjame que
te cuente la historia desde su principio, pero déjame que lo haga a la
lumbre de la
chimenea, que el frío me está calando los huesos, y ese es uno de los
placeres que
no nos pueden arrebatar —respondió Pedro.”
Arrancaron a
caminar desde los soportales de la playa, hacia la casa que se ubicaba
en un
mirador privilegiado del pueblo. El olor a sal procedente del mar era muy
intenso
y se
adivinaba la entrada de la Tramontana en unas horas, por lo que convenía
ponerse a
resguardo, encender un buen fuego y poner a calentar agua para saborear
uno de los
tés a los que ambos eran tan aficionados.
Entraron en
la casa, una edificación sencilla, acogedora, con el olor a una casa que se
sabía disfrutada, con aroma a leña quemada, a cera de muebles y a bienestar,
aunque también había sido testigo de sentimientos como la angustia, la
inquietud y la desesperación.
El sonido de
la bullote indicando que el agua hervía sacó a Pedro de sus pensamientos y,
mientras preparaba el té, Juan Carlos se encargó de prender el fuego en la
chimenea, asegurándose de que estuviera encendido un buen rato sin que les
molestara; intuía que la historia que le iba a contar Pedro, bien valía su
máxima
atención.
Pedro colocó
la bandeja con las tazas y unas galletas sobre una mesita baja entre las dos
butacas con orejas, unos sillones de cretona con colores cálidos que dejaban
adivinar su comodidad e invitaban a la tranquilidad y a la confidencia. Del
reloj les llegó el sonido de siete campanadas y, por la ventana, tan solo
algunas luces aparecían encendidas mientras el viento empezaba a soplar con
fuerza. La Tramontana había adelantado su llegada.
La voz de
Pedro sonó profunda en la quietud de la sala.
“—Todo
empezó cuando salimos de la Facultad. Recordarás que nunca brillé
mucho en los
estudios pero fui lo suficientemente hábil como para ir sacando
los cursos
por año. Mi ambición me llevó a ser el Delegado de curso, a presentarme a
la
elecciones para el Consejo de la Universidad, y siempre con un éxito que a mí
mismo no dejaba de sorprenderme. La vida siguió siendo generosa conmigo: antes
de acabar la carrera encontré mi primer empleo como becario en TORTEL, aquella
empresa dedicada a la instalación y mantenimiento de elementos de seguridad.
Allí además conocí a Ana, la que hoy es mi esposa y a la que tengo que
agradecer una buena parte de la
plenitud en mi vida, tanto cuando triunfaba, como cuando entré en crisis o
cuando empecé a salir del agujero.”
“—Recuerdo
cuando la conocí -dijo Juan Carlos—. Pero fue después de vuestra
boda, y de
eso hace ya 25 años, cuando te perdí la pista tras nuestra pelea. Yo me
trasladé a Sevilla, conocí a Macarena, y no quise saber nada más de ti, hasta
que recibí aquella llamada tuya y no pude dejar de venir.”
“—Sí, fue
muy importante para mí que estuvieras a mi lado, que pudiera pedirte perdón,
que tu generosidad te permitiera disculpar mi soberbia y, en una palabra, que
pudiera recuperar a una de las personas que tan importantes habían sido para
mí— le respondió Pedro.”
Pedro
continuó tras un sorbo de té.
“—Como bien
sabes, mi carrera fue meteórica.”
“—Sí—replicó
Juan Carlos—, recuerdo haber leído algo sobre ti en los periódicos económicos
pero, la verdad es que el rencor me impedía considerar tan siquiera la
posibilidad leer esas noticias. Mis padres no sabían de nuestra bronca y de vez
en cuando me iban dando algún detalle, que si Pedro esto, que si Pedro aquello,
y yo tragando quina.”
Pedro miró hacia la ventana,
como viendo pasar ante sus ojos aquella etapa de su vida.
Mmmmmmm, Calella de Palafrugell, un lloc fantàstic per començar una història!!! Espero amb ganes la propera entrega... :)
ResponderEliminarGracias Cris, ese maravilloso pueblo será testigo de jugosas reflexiones por parte d elos protagonistas.
ResponderEliminarGracias por tu seguimiento. Un abrazo gordo