CAPITULO I
Empezando por el final: El reencuentro (III)
“—Me casé
con Ana, en aquella preciosa ermita del barrio del Raval de Barcelona, St.
Pau del
Camp. Sencillez y armonía era lo que por aquel entonces respirábamos tanto
ella como
yo, al menos en lo que a nuestra vida juntos se refería. “
“—A la
ceremonia vinisteis, acuérdate, algo más de un centenar de personas. Tú ibas
acompañado por aquella rubia despampanante —y una sonrisa burlona se dibujó en
su rostro— La verdad es que era una rubia cañón, de las que hacen época.”
“—Sí— dijo
Juan Carlos, volviéndose a mirar a su amigo— Se llamaba Magda Puig, y realmente
era una mujer de bandera, la pena es que era el banderín de un montón de tíos
más, como bien me recordaste aquel día, entre los vapores del alcohol.”
“—Bueno—
prosiguió Pedro— todos bebimos mucho aquel día y seguramente fui de los que
menos lo hicieron, porque estaba absolutamente prendado de la soltura y del
cariño de Ana, por lo que iba con mucho cuidado al ver que las cosas, cuando se
fueron los invitados más serios y la familia, empezaban a desmandarse. Si aquel
día hubiera aplicado los tres principios de Sócrates, aquello no habría
pasado.”
“— ¿Los tres
principios de Sócrates? — preguntó Juan Carlos – Creo que aquello no tuvo nada
que ver con el filósofo, si no con el pendón desorejado que yo tenía por novia, aunque, eso sí, pendón
desorejado de muy buena familia.”
“—Yo creo
que sí —respondió Pedro— es algo que aprendí después, de un viejo profesor de
una escuela de negocios. Un hombre extraordinario, con una extraordinaria
filosofía de vida. José María, se llama. ¡Déjame que haga un paréntesis y te
cuente, hombre ! — exclamó Pedro, pidiendo un poco de paciencia a Juan Carlos
que le miraba con cara de no entender nada. ¿Qué tenía que ver Sócrates con
todo aquello?”
“— La verdad
es que mis sentimientos de cariño hacia José María son muy profundos, fue una
persona que me ha marcado especialmente, por su calidad humana y su entrega a
unos valores sin los que, he descubierto que no podría vivir como lo hago
ahora.”
A
continuación, Pedro relató la historia que José María les había contado un día
en clase.
Los tres principios de Sócrates.
Un
discípulo llegaba muy azorado a casa de Sócrates diciéndole:
“— Maestro, uno de los compañeros va hablando de ti con maledicencia — a lo que
Sócrates
cortó diciéndole:
— Espera, antes de proseguir, solo dime si has hecho pasar eso por
los tres filtros.
— ¿Los tres filtros? —
preguntó el discípulo.
—Sí, el primer filtro es LA VERDAD ¿Estás seguro de que lo que me
contarás es cierto?
—No, a decir verdad, se lo oí decir a unos vecinos.
—Bien, vayamos pues al segundo filtro, el de la BONDAD ¿Es bueno
para mí que lo
sepa? — preguntó Sócrates.
—No, es más bien lo contrario, no creo que te guste lo más mínimo— respondió el discípulo.
—¡Ah!, vayamos pues al último de los filtros, el de la NECESIDAD ¿Es
necesario que
sepa
lo que me quieres contar?
—Pues no, verdaderamente no.
A lo
que Sócrates contestó—: Pues
si no es cierto, ni bueno, ni necesario, mejor lo sepultamos en el olvido.”
“— Ese fue
el mensaje de mi viejo profesor: no cuentes aquello que no cumpla con la
regla de los
tres filtros.”
Pedro
descruzó sus piernas y se sentó al borde de la butaca, como queriendo poner más
énfasis a sus palabras. “—Recuerdo que aquella noche te conté que Magda se
acostaba con media Barcelona o por lo menos, con media docena de amigos de la
facultad. Tú te enfadaste pero tuviste el buen criterio de no liarte a tortas—
prosiguió Pedro.”
“—No fue por
falta de ganas —dijo Juan Carlos— Créeme, lo hubiera hecho, pero me
sacabas y me
sigues sacando, más de un palmo de alto y un par de ellos de ancho,
así que….no
tenía ganas de acabar en el hospital.”
Juan Carlos
tomó aire y prosiguió: “—Lo malo de aquello fue que me dediqué a corroborarlo
en las semanas siguientes y descubrí que era cierto que lo contaban, y yo lo
creí. Por ese motivo acepté la oferta profesional en Sevilla. Muchos años
después descubrí que fue un bulo que lanzó una pretendida amiga suya de la que
no recuerdo ni el nombre, ¡diablos, han pasado 25 años!”
“— ¿Qué es
lo que descubriste? —preguntó Pedro.”
“—Que fue un montaje de su
amiga, la cual estaba loquita por acostarse conmigo y pensó que echar porquería
encima de Magda, sería una buena forma de alejarla de mi para ocupar ella su
puesto. Me enteré por el propio hermano de Magda, con el que coincidí en una
feria en Shanghai, 10 años después, ya casado con Maca. La verdad es que me
sentí muy mal durante mucho tiempo. Simplemente di por buena una historia sin
preocuparme por darle crédito a la propia interesada, que juraba y perjuraba
que eso era falso.”
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