sábado, 24 de marzo de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (III)


CAPITULO I

 Empezando por el final: El reencuentro (III)

“—Me casé con Ana, en aquella preciosa ermita del barrio del Raval de Barcelona, St.
Pau del Camp. Sencillez y armonía era lo que por aquel entonces respirábamos tanto
ella como yo, al menos en lo que a nuestra vida juntos se refería. “

“—A la ceremonia vinisteis, acuérdate, algo más de un centenar de personas. Tú ibas acompañado por aquella rubia despampanante —y una sonrisa burlona se dibujó en su rostro— La verdad es que era una rubia cañón, de las que hacen época.”

“—Sí— dijo Juan Carlos, volviéndose a mirar a su amigo— Se llamaba Magda Puig, y realmente era una mujer de bandera, la pena es que era el banderín de un montón de tíos más, como bien me recordaste aquel día, entre los vapores del alcohol.”

“—Bueno— prosiguió Pedro— todos bebimos mucho aquel día y seguramente fui de los que menos lo hicieron, porque estaba absolutamente prendado de la soltura y del cariño de Ana, por lo que iba con mucho cuidado al ver que las cosas, cuando se fueron los invitados más serios y la familia, empezaban a desmandarse. Si aquel día hubiera aplicado los tres principios de Sócrates, aquello no habría pasado.”

“— ¿Los tres principios de Sócrates? — preguntó Juan Carlos – Creo que aquello no tuvo nada que ver con el filósofo, si no con el pendón desorejado que yo tenía por  novia, aunque, eso sí, pendón desorejado de muy buena familia.”

“—Yo creo que sí —respondió Pedro— es algo que aprendí después, de un viejo profesor de una escuela de negocios. Un hombre extraordinario, con una extraordinaria filosofía de vida. José María, se llama. ¡Déjame que haga un paréntesis y te cuente, hombre ! — exclamó Pedro, pidiendo un poco de paciencia a Juan Carlos que le miraba con cara de no entender nada. ¿Qué tenía que ver Sócrates con todo aquello?”

“— La verdad es que mis sentimientos de cariño hacia José María son muy profundos, fue una persona que me ha marcado especialmente, por su calidad humana y su entrega a unos valores sin los que, he descubierto que no podría vivir como lo hago ahora.”

A continuación, Pedro relató la historia que José María les había contado un día en clase.

Los tres principios de Sócrates.

Un discípulo llegaba muy azorado a casa de Sócrates diciéndole:
Maestro, uno de los compañeros va hablando de ti con maledicencia a lo que
Sócrates cortó diciéndole:

Espera, antes de proseguir, solo dime si has hecho pasar eso por los tres filtros.

¿Los tres filtros? preguntó el discípulo.

Sí, el primer filtro es LA VERDAD ¿Estás seguro de que lo que me contarás es cierto?

No, a decir verdad, se lo oí decir a unos vecinos.

Bien, vayamos pues al segundo filtro, el de la BONDAD ¿Es bueno para mí que lo
sepa? preguntó Sócrates.

No, es más bien lo contrario, no creo que te guste lo más mínimo respondió el discípulo.

—¡Ah!, vayamos pues al último de los filtros, el de la NECESIDAD ¿Es necesario que
sepa lo que me quieres contar?

Pues no, verdaderamente no.

A lo que Sócrates contestó—: Pues si no es cierto, ni bueno, ni necesario, mejor lo sepultamos en el olvido.”

“— Ese fue el mensaje de mi viejo profesor: no cuentes aquello que no cumpla con la
regla de los tres filtros.”

Pedro descruzó sus piernas y se sentó al borde de la butaca, como queriendo poner más énfasis a sus palabras. “—Recuerdo que aquella noche te conté que Magda se acostaba con media Barcelona o por lo menos, con media docena de amigos de la facultad. Tú te enfadaste pero tuviste el buen criterio de no liarte a tortas— prosiguió Pedro.”

“—No fue por falta de ganas —dijo Juan Carlos— Créeme, lo hubiera hecho, pero me
sacabas y me sigues sacando, más de un palmo de alto y un par de ellos de ancho,
así que….no tenía ganas de acabar en el hospital.”

Juan Carlos tomó aire y prosiguió: “—Lo malo de aquello fue que me dediqué a corroborarlo en las semanas siguientes y descubrí que era cierto que lo contaban, y yo lo creí. Por ese motivo acepté la oferta profesional en Sevilla. Muchos años después descubrí que fue un bulo que lanzó una pretendida amiga suya de la que no recuerdo ni el nombre, ¡diablos, han pasado 25 años!”

“— ¿Qué es lo que descubriste? —preguntó Pedro.”
“—Que fue un montaje de su amiga, la cual estaba loquita por acostarse conmigo y pensó que echar porquería encima de Magda, sería una buena forma de alejarla de mi para ocupar ella su puesto. Me enteré por el propio hermano de Magda, con el que coincidí en una feria en Shanghai, 10 años después, ya casado con Maca. La verdad es que me sentí muy mal durante mucho tiempo. Simplemente di por buena una historia sin preocuparme por darle crédito a la propia interesada, que juraba y perjuraba que eso era falso.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario