martes, 8 de noviembre de 2011

Saltando sobre el charco

Recibía el correo de un compañero y amigo que realmente me ha dado un chute de adrenalina cuando lo he leído esta mañana.

Tras pasar unos días de lluvias y tormentas, nos invitaba a saltar entre y sobre los charcos de nuestro pueblos y ciudades y, la verdad, lo que me ha venido a la cabeza ha sido ponerme unos zapatos de suela gruesa, o tal vez descalzarme, e ir corriendo a disfrutar de lo que la naturaleza nos había brindado.

Correr, saltar sobre ellos, salpicar el árbol, la pared o el banco y soltar una cuantas carcajadas que liberen toda esa tensión que hay en nuestra atmósfera exterior y también interior, permitirme ser un poco gamberrete sin importar ensuciarme de barro o mojarme y remojarme hasta pillar un buen catarro.

A fin de cuentas, una pequeña travesura de vez en cuando, un darte permiso para hacer aquello que, en un niño, sería incuestionable y que dibujaría en él esa sonrisa pícara, esas mejillas sonrosadas de pura emoción y esfuerzo mientras se escapan risas sinceras, de diversión y transgresión…o no, no puede ser más que beneficioso.

Y después he pensado como sería eso en un día soleado como el de hoy, como sería saltar entre y sobre los charcos que la vida ha decidido ponerme delante. Podría ser liberador si me atrevo, si me doy permiso para ello, o podría ser angustioso ya que rompo esas normas de adultez inquebrantable sin dejar que salga ese niño que todos llevamos dentro.

Finalmente he decidido que sí, que efectivamente me iba a permitir embarrarme hasta las orejas, mojarme y, si el catarro decidía entrar, ya lo capearía como buenamente pudiera. Hoy me dedicaré a saltar sobre mis charcos, a reírme hasta de mi sobra y a buscar que tiene para mi ese barro, esa agua y, sobre todo, ese ánimo que ha llegado para mí en forma de correo.

Gracias Juan por poner ese arco iris en mi día.

Voy a saltar sobre los charcos, ¿vienes?

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