Recibía el correo de un compañero
y amigo que realmente me ha dado un chute de adrenalina cuando lo he leído esta
mañana.
Tras pasar unos días de lluvias y
tormentas, nos invitaba a saltar entre y sobre los charcos de nuestro pueblos y
ciudades y, la verdad, lo que me ha venido a la cabeza ha sido ponerme unos
zapatos de suela gruesa, o tal vez descalzarme, e ir corriendo a disfrutar de
lo que la naturaleza nos había brindado.
Correr, saltar sobre ellos,
salpicar el árbol, la pared o el banco y soltar una cuantas carcajadas que
liberen toda esa tensión que hay en nuestra atmósfera exterior y también
interior, permitirme ser un poco gamberrete sin importar ensuciarme de barro o
mojarme y remojarme hasta pillar un buen catarro.
A fin de cuentas, una pequeña
travesura de vez en cuando, un darte permiso para hacer aquello que, en un
niño, sería incuestionable y que dibujaría en él esa sonrisa pícara, esas
mejillas sonrosadas de pura emoción y esfuerzo mientras se escapan risas
sinceras, de diversión y transgresión…o no, no puede ser más que beneficioso.
Y después he pensado como sería
eso en un día soleado como el de hoy, como sería saltar entre y sobre los
charcos que la vida ha decidido ponerme delante. Podría ser liberador si me
atrevo, si me doy permiso para ello, o podría ser angustioso ya que rompo esas
normas de adultez inquebrantable sin dejar que salga ese niño que todos
llevamos dentro.
Finalmente he decidido que sí,
que efectivamente me iba a permitir embarrarme hasta las orejas, mojarme y, si
el catarro decidía entrar, ya lo capearía como buenamente pudiera. Hoy me
dedicaré a saltar sobre mis charcos, a reírme hasta de mi sobra y a buscar que
tiene para mi ese barro, esa agua y, sobre todo, ese ánimo que ha llegado para
mí en forma de correo.
Gracias Juan por poner ese arco
iris en mi día.
Voy a saltar sobre los charcos,
¿vienes?
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