CAPITULO II
Viviendo el éxito (V)
Acabaron de arreglarse y se abrigaron en consonancia con el vaivén de
los árboles y del sonido del viento y el mar; un buen chaquetón, zapatos de
suela de goma gruesa, bufanda y un sombrero un tanto peculiar que les daba un
aspecto singular que parecía divertir a Pedro.
Oye Pedro, ya son las 12,15 y con la hora que es, ¿qué te parece si
paseamos un poco por las playas del pueblo y vamos a comer temprano?, así me
hago a la idea de que he hecho bondad y me cuido un poco, que en casa me dicen
que estoy cogiendo figura de embarazada.
Bien, de acuerdo, hágase como tu dices pero te garantizo que me podría
comer un caballo sin partirlo a trozos, además, creo que no recuerdas ya como
es nuestra querida Costa Brava cuando está brava como hoy.
Salieron a la calle y el viento les despejó de golpe, un viento
vivificante, áspero y un tanto cortante ya que, aún y siendo primavera, aún era
frío y desabrido. Sus chaquetones les cubrían bien y la gruesa suela de goma y
sus sombreros, les aislaban de las inclemencias del tiempo. El pueblo estaba
vacío, con muy poca actividad, como solía ocurrir fuera de la temporada o fin
de semana, en que los visitantes, especialmente de Barcelona y extranjeros,
poblaban sus calles.
Se cruzaron con Montserrat por la calle y Pedro aprovechó para decirle
que irían a comer en un rato – Montse, este es Juan Carlos, el amigo del que te
hablé, un catalán por soleares; vendremos a comer de aquí un rato, no muy
tarde, que no hemos desayunado.
Cuando queráis Pedro, y compañía – dijo no sin cierta coquetería,
lanzando una sonrisa a Juan Carlos – ya sabes que en esta época, no tenemos
mucha gente; lo que no tengo es pescado, que Manel no pudo ir a pescar ayer por
el tiempo que hace.
No te preocupes, mujer, tomaremos cualquier cosa, que en tu casa, lo de
menos es lo que comes y lo mejor vuestra compañía y el cariño con el que
guisas.
Curiosa mujer esta – dijo Pedro – como habrás visto, hasta con esta
ventolera va en manga corta y con las mejillas encendidas. Manel es su cuñado
y, no sé si te has fijado, pero te ha tirado los trastos descaradamente, y es
que no pierde ocasión de jugar al gato y al ratón, pero sin ninguna maldad.
Pasearon por las calles de Calella sin prisas, comentando los cambios
que había sufrido la Costa Brava, las maravillas de Girona, de Figueras y su
cultura, de Púbol y Dalí y, en resumen, disfrutaron de un paseo que no era en
las mejores condiciones meteorológicas, pero sí en las mejores condiciones
anímicas.
El reloj tocó una campanada cuando estaban en la otra punta del pueblo,
en el camino de ronda que comunicaba con el pueblo siguiente. –Bueno Juan Carlos, creo que ya tenemos
suficiente paseo por esta mañana, además, tengo ganas de seguir contándote mi
historia que, si no, no sé si tendré tiempo en solo una semana, ¡hay tanto
sobre lo que ponernos al día!
Justo cuando había dicho esto, una fuerte ráfaga de viento lanzó su
sombrero al aire y lo llevó en un baile mágico hacia las olas, quedando su
cabello completamente revuelto. – Demonios! – dijo – parece que hoy tampoco se
anda con bromas, pero razón de más para ir a casa de Montserrat a comer el
puchero que tenga preparado.
Llegaron a la fonda, una construcción de pueblo, con gruesas paredes y
ambientada con decoración marinera, se quitaron los chaquetones, las bufandas,
Juan Carlos su sombrero y se dirigieron a la chimenea frotándose las manos
enrojecidas por el frío.
Bon dia Montserrat, ya estamos aquí; ¿qué tienes de comer que nos haga
entrar en calor? –preguntó Pedro con una sonrisa de frío en la cara.
Hoy tengo una sopa de fondo de nevera que me ha quedado que cantan los
ángeles; después, canelones o pollo, lo que prefiráis – dijo Montserrat
manteniendo su tono de flirteo.
Pues yo me apunto a los canelones después de esa sopa maravillosa – dijo
Juan Carlos siguiéndole la corriente.
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