CAPITULO II
Viviendo el éxito (IX)
Así estuvimos muchísimo tiempo, gran parte de la noche, por lo que
recuerdo, aunque ahora no sé si fue un sueño o una realidad, pero si te
garantizo que me desperté en la butaca.
Me despertó la voz de Ana en mi oído; Marga la había llamado al dejarme
en casa y se lo había contado todo, sus sensaciones de que estaba al límite, el
episodio del restaurante, mis conductas automáticas y sin sentido. A Ana le
faltó tiempo para organizarlo todo con las niñas, coger el primer puente aéreo
de la mañana y volver a Madrid.
Al despertarme y verla allí, tuve una avalancha de sensaciones; eran las
7,30 de la mañana. Me obligó a desnudarme y a meterme en la ducha y asearme.
Cuando acabé de arreglarme, había un suculento desayuno preparado, un
desayuno como los que yo le preparaba de recién casados. Eran las 8,30 de la
mañana y nos levantamos de la mesa a la 1 y media de la tarde, habiéndole
contado de cabo a rabo mi experiencia nocturna.
Le conté mi desencanto con el éxito, mi persecución de un sueño que era
el de otros, mi lucha por conquistar aquello que se supone que debía
conquistar, mi sensación de golpe, de abandono de todo lo que realmente
importaba, de ella y de las niñas, de mis sueños de jovenzuelo, de mis anhelos
aparcados por conseguir un éxito efímero.
¡Imagínate!, ¡5 horas hablando de nosotros!, de nuestros sentimientos,
de su tristeza profunda por el abandono, de sus mentiras a las niñas para
cubrirme cuando le decían que me importaban más esos señores importantes que
ellas, de su amor gastado, de su esperanza ajada.
Hasta que Marga la llamó y algo volvió a despertar en su interior. Fue
un momento clave en nuestras vidas, hubieron lágrimas y risas, silencios
cargados de ternura y palabras preñadas de significado, hubo vida como nunca
antes la había sentido.
Llamé a Marga por la tarde para pedirle que cancelara todos mis
compromisos y concertara una cita con Ruíz. Se mostró preocupada por mi y ahí
fue donde vi que tenía unas personas maravillosas a mi lado, personas que se
preocupaban por mi, no por el puesto que ocupaba o el dinero que podía tener,
algo que reafirmó mi estado de plenitud en ese momento.
Tuvo que ser un momento mágico, cuando encontraste a Ana a tu lado por
la mañana –dijo con aprecio Juan Carlos, que cada vez sentía más admiración por
aquella mujer que era la esposa de Pedro –
Sí que lo fue. La verdad es que entre la charla con mi otro yo y con
Ana, encontré cosas de mi que habían estado muy ocultas.
Para hacértelo corto, al día siguiente, pude verme con Ruiz en Madrid,
el cual volvió de Estados Unidos cinco días antes de lo previsto al oír lo que
Marga le contó y que nunca me ha querido explicar.
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