Un día me di cuenta del verdadero
significado de plenitud, no de éxito o alegría, si no de una palabra tan simple
de ortografía como compleja en su sentir: Plenitud.
Cuando sientes que puedes tocar el
cielo con la punta de los dedos, cuanto te sientes simplemente lleno en tu
sentir, viviendo la vida que quieres vivir, plenamente alineado con tus
valores, cuando te miras a un espejo y ves más allá de tus propios ojos, más
allá de la imagen reflejada, es porque estás en plenitud.
No tiene porque existir
aceptación en los otros, ni tiene que ver con lo socialmente aceptado ni con
“lo que toca” o “lo que debes”, si no que tiene una relación directa con tu
esencia, con quien quieres ser, tiene que ver con elección, con aceptación y
con renuncia, tiene que ver con visión y con sueño y, al fin, tiene que ver contigo.
Desde la plenitud no hay nada
imposible, no hay objetivo inalcanzable, simplemente todo es posible.
Hablo de dar clase y tener la
sensación de llegar a todos y cada uno de tus alumnos, de dirigir una empresa y
tener la sensación de estar haciendo crecer a las personas a las que lideras, a
entrenar a un Equipo deportivo y notar como los deportistas se estiran un poco
más de lo habitual, de estar en pareja y sentir que hay una comunión
espiritual, de estar con amigos y notar como la comunicación fluye con ellos,
aunque el silencio reine entre vosotros hablo, en fin, de estar presente en
cada uno de los momentos de tu vida.
Es curioso, pero no hablo de
felicidad si no de plenitud, aún y pensando que ambas vivencias están muy
próximas. No hablo de aspectos económicos ni de bienes materiales, aunque
tampoco los excluyo, porque esa plenitud es la que tu quieres que sea, no la
que otros quieran imponerte.
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