Hoy hablamos de diversidad, de pluralidad, de tus creencias pero también de las mías, y de las de aquel de más allá. Hablo de tu religión y de la mía, de quien cree en un solo Dios y de quien lo hace en decenas de ellos, de quien tiene la piel color caoba, blanca, amarilla, o quizás color carbón.
Hablo de que mi verdad es solo una parte de la verdad y mis creencias una pequeña parte de la realidad que nos rodea, de ver las cosas desde abajo pero también desde arriba, de no dar mayor credibilidad a lo mío por el simple hecho de ser mío, llegando a despreciar lo tuyo.
Hablo de una orquesta en la que hay violines y tubas, tambores y violas, pianos y guitarras, mezcla de percusión, viento y cuerda, como en un coro coexisten tenores y sopranos, contraltos y bajos, todos en un mezcla que aporta viveza de sonidos y sensaciones.
Imaginemos un guiso en el que tenemos la sal y la especia, el pescado y la carne, la harina y el cereal, todos en una danza que es capricho de los sentidos, lujuria del paladar y el olfato, eso sin olvidar esa maravillosa vista que es preludio de nuestra boca.
Que maravillosas aportaciones se producen en un Equipo de personas en las que coexisten creativos y dogmáticos, organizadores y visionarios, capaces de diseñar, construir, rentabilizar, probar, equivocarse, caerse, levantarse…¡y volver a empezar!
Tristeza es la sensación que me suscita el tono monocorde, la unidad cromática, la tiranía de las verdades absolutas, como alegría es tu crítica a mi trabajo, a mi modo de vida, a mi pensar, porque eso es riqueza y crecimiento.
Cuanta riqueza se esconde tras tu cultura, ¡tan diferente de la mía!, cuanta creencia estúpida me limita por considerarme superior a ti, por verte horriblemente distinto en lugar de verte deliciosamente diferente. Hoy paladeo, por fin, las mieles de la mezcla, del mestizaje étnico, cultural o religioso; veo a un hindú trabajando con un italiano, y a este con un marroquí y a aquel con un brasileño, compartiendo usos y costumbres, haciendo suyas algunas e ignorando otras.
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