Hace ya del orden de unos seis años, una compañera de mi equipo tuvo la gentileza de hacerme una critica: “Jordi, no me escuchas”; aquello fue un detonante para iniciar un duro camino en el arte de la escucha, no ya activa, si no en profundidad; personas de la grandeza de José María Rodriguez Porras tuvieron la paciencia y la generosidad de enseñarme algo que yo presuponía, ingenuo de mi, que conocía a la perfección.
El paso del tiempo ha hecho que, aún y no siendo perfecto, mi nivel de escucha haya subido muchos enteros, especialmente si estoy centrado en mi labor como Coach, algo que mis clientes juzgarán si es, o no, cierto o si, por el contrario, “necesita mejorar”, de una forma intensa.
Lo cierto es que encontramos un buen número de directivos y mandos intermedios que nunca tienen tiempo para dedicárselo a sus colaboradores, para conocerles en profundidad, saber de sus anhelos, sus angustias, sus ilusiones y proyectos vitales. Son escuchas que, más que eso, podríamos catalogarlas como de ausentismo mental y sensorial.
Ahí es donde entran las empresas extraordinarias, aquellas en las que las personas se escuchan entre ellas y los empleados se sienten alineados por que la empresa también lo está con sus intereses ya que han optado, por simple que parezca, por poner en marcha los principales activadores motivacionales.
El aspecto es simple, aunque requiere de Directivos que toquen con los pies en el suelo, conscientes de la importancia de las personas y de los aspectos que consiguen remover sus emociones, lejos de aquellos que preconizan la gestión sin emociones y únicamente desde la vertiente racional. Quizás, a estos últimos, les interesaría profundizar en títulos como LA PARADOJA de James C. Hunter y comprender, quizás, solo quizás, el Liderazgo a través del Servicio, aunque para ello hace falta despojarse de la soberbia, hacerla jirones y tornarla en humildad, sencillez y generosidad.
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