En la labor diaria que desarrollo como Consultor y como Coach, estoy en contacto continuado con personas que desarrollan diversas actividades, desde los estudiantes de universidades o escuelas de negocios, hasta los empleados públicos o privados, altos directivos o profesionales liberales; todos ellos tienen algo en común: son personas, aunque a veces sea difícil reconocerlos como tales, por los enormes esfuerzos que hacen para ocultarlo.
Del mismo modo, las organizaciones, grandes o pequeñas, públicas o privadas, mercantiles o con finalidades sociales, comparten diversos factores comunes, de entre los que destaca el estar realizando su misión con personas, algo que, a menudo, y más en estas épocas, parecen olvidar. Organizaciones que, apenas hace un par de años anunciaban a bombo y platillo ambiciosos planes RSE, de conciliación o ambos, o enumeraban su alta implicación con el bienestar de las personas, sufren de una profunda amnesia que les lleva a una peligrosa ley del péndulo. Algunas de ellas, incluso llegaron, antaño, a ser premiadas por estos motivos….sobre el papel
A diario oímos hablar de antiguos ídolos personales, personas a las que sus alumnos/colaboradores/compañeros/jefes, habían ascendido a los altares, que han caído en profundas simas, algo a todas luces injusto, con los ídolos y con sus creadores ya que las personas no somos más que eso: personas, aunque a más de uno le cueste creérselo y devenga en una especie de reyezuelo de república bananera con ínfulas de Capitán General.
Todo y así, debemos ser conscientes de que esos ídolos caídos, tienen buena parte de culpa de su caída al crecerse ante el halago, al ser ellos mismos los grandes propagadores de historias banales convertidas en grandes gestas, procurando ensombrecer esos pequeños matices que tan grandes hacen a las personas y tanto ayudan a las organizaciones.
Veo y oigo decisiones guiadas por la más enorme de las soberbias; personajillos de tebeo cuya mayor cualidad ha sido estar en el sitio adecuado en el momento oportuno, utilizando el temor como moneda de cambio y a quien todo se le perdona porque “el/ella es así”.
Cuando vemos organizaciones en las que la salida de personas es un continuo goteo; cuando, además, esas personas son personas que han demostrado sobradamente su valor y cuentan con ideas frescas para el futuro, ímpetu, empuje, optimismo y alegría ajada por la cultura organizacional, empecemos a pensar que esas personas no dejan la Organización; ¡huyen de ella y de sus jefes! Y, lo que es más curioso, vemos como esos mismos jefes, denostan a esas personas. Suelen ser estructuras con muy poca capacidad de autocrítica, soberbia a borbotones y gestores que no concilian ni tan siquiera con ellos mismos.
Bendita crisis, bendita incertidumbre que hace aflorar hogaño esas miserias. Aunque pueda parecer injusticia o crisis personal, es una espléndida oportunidad para renacer y valorar en su justa medida la vida cotidiana, nuestro sueños e ilusiones y, sobre todo, para alinearnos con nosotros mismos y aquello que anhelamos; lejos del hedonismo y próximo a nuestro interior; un momento en el que llega a verse la satisfacción de echar una mano sin esperar nada a cambio, de contribuir a la recuperación de unos valores que, no olvidemos, siguen ahí esperando a que vayamos a buscarlos. Por fin, bendita incertidumbre.
Jordi Vilá
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