jueves, 7 de junio de 2012

EL ÉXITO ERES TÚ (XXIII)


CAPITULO III

 Necesito quererme (IX)
Estábamos en un bar del centro de la ciudad, muy cerca de la Catedral, en el barrio de la Santa Cruz; las calles estaban realmente abarrotadas, y eso que era el lunes o el martes, ya ni te cuento como se ponen el jueves o viernes santo!!. Bien, el hecho es que estábamos tomando un vino cuando, de repente, el camarero se quedó como clavado, con la vista fija en la calle; el Jefe, el amo, le recriminó su actitud: Quillo, un poco más de alegría y de movimiento – dijo con ese acento sevillano tan característico –

Pero hombre de Dios –le contestó el chaval en un acento muy parecido -, ¿cómo quiere que haga ná con eso pasando por la calle.

Te parecerá una tontería –dijo Juan Carlos – pero el paso, la procesión, estaba justo ante el bar y cuando el chaval dijo aquello, tenía los ojos anegados en lágrimas y la cara roja de la emoción. Ese día entendí muchas cosas del carácter andaluz, de su grandeza, de su pasión, de cómo necesitan exprimir el momento, sin prisas, sin agobios, sintiendo todos los matices de esa emoción, sin falsos pudores. Ese día me enamoré de Andalucía y de los andaluces.

Luego pude ver el fervor de aquellas gentes, la pasión con la que viven su Vida, capaces de arrastrar un paso sobre sus hombros, de llorar a lágrima viva por que no puede salir la procesión por la lluvia, de andar horas y horas, descalzos por la calle, en penitencia por sus pecados. Son gentes a las que la emoción no les asusta aunque, eso sí, son muy distintos de los catalanes, aunque igual de adorables.

Siempre me han admirado aquellas tierras y sus gentes - dijo Pedro sin apartar ni un momento la vista de la carretera – especialmente por lo distintos que son a nosotros y por lo complementarios que podemos llegar a ser unos y otros. Realmente es la diversidad la que nos aporta el crecimiento, sacar del otro aquello que me puede hacer crecer; la complementariedad en su más puro estilo.

El viaje fue un suspiro y, a las 09,00 h., entraban en Figueres, una hermosa ciudad, límpia, desahogada, con alguna gente por la calle, personas que se dirigían a acompañar a sus hijos a sus colegios, a su trabajo, a la compra….todo ello con un ritmo notablemente más pausado del que era habitual en las grandes urbes españolas, algo que provocó de nuevo el comentario de Pedro.

Date cuenta, Juan Carlos, la Vida en estas ciudades pequeñas es de otro tipo, las personas tienen tiempo para ser ellas mismas, para paladear cada momento, sin la histeria colectiva que parece desatarse en un Madrid o un Barcelona, ciudades que conozco bien en toda su intensidad.

Pedro aparcó el coche en una zona azul cercana a un parque, la temperatura era baja, seguía en torno a los 0º y el frío intenso, aunque el viento estaba en calma y no tenían la sensación del día anterior, en que el aire producía la sensación de pequeños alfileres clavándose en la cara.

A la entrada del restaurante, se anunciaba el desayuno con buffete de 7,00 a 11,00 h, así que entraron y se acomodaron en la mesa a la que les acompañó uno de los camareros. La conversación fue ligera, hablaron de sus niñas, del ritmo de los estudios que habían llevado, de unas vidas que daban continuidad a las suyas propias, de unos valores inculcados que daban resultado y que estaban basados en la libertad y en la asunción de responsabilidades.

Eso Pedro - dijo Juan Carlos – es algo de lo que no me arrepentiré jamás, de ir a contracorriente, de educar a los críos según tus creencias pero dándoles la libertad de elección en cuanto tienen madurez suficiente para ello, poniendo límites, siendo coherentes, con lo de coste y desgaste que eso supone.

Sin apensa darse cuenta, se les habían hecho las 10,30 h., por lo que pidieron la cuenta, pagaron y se dirigieron con tranquilidad hacia el museo Dalí.

Hay algunas cosas muy curiosas en el museo que, sin duda alguna, conocerás, pero que no deja de ser curioso verlas en directo, por lo que de aprendizaje se puede sacar de ellas, Juan Carlos. ¿Alguna vez has estado en el museo?

Pues la verdad es que no, no estuve de jovencito porque no era un tipo de arte que me llamara la atención y, ¡imagínate!, han pasado 25 años desde que me fui, así que….¡no me digas que es aquel edificio de los huevos en el tejado!

Sí señor, ese es. Pagaron su entrada y se adentraron en un universo de sensaciones, en una delicia sensorial con la que no había que estar en acuerdo o en desacuerdo si no, simplemente, dejarse llevar por la travesura, la técnica y la genialidad del artista de quien, voces bien informadas, contaban que estaba perfectamente de la cabeza y que sus excentricidades le permitieron vivir con holgura una Vida que supo hacer suya.

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