jueves, 2 de diciembre de 2010

5ª etapa de mi camino de Santiago. Regresando a puerto

Ya se avista puerto; la travesía ha sido dura y llego en cubierta, empapado en sudor y agua, despeinado, mal afeitado, hambriento y sediento, con la ropa hecha jirones…. Y una enorme sonrisa en la cara, satisfecho y orgulloso de la gesta conseguida, y no es que hable de las gestas del Cantar del Mio Cid, aunque bien se le podría comparar con los tiempos que corren.

Hace un año que, con mala mar, decidí lanzarme hacia un objetivo ambicioso cuya parte fundamental era conducir mi propio destino. Era preferible lanzarse a la aventura con el riesgo de perecer en el intento, que hacerlo vegetando en esa comodidad del que obedece sin pensar.

En este año he encontrado paisajes maravillosos, ya fuera con mar en calma o embravecida, tornados y tifones han sido habituales en esta travesía, como lo han sido grandes veleros o pequeñas barquitas que acudían en mi ayuda y me arropaban con su comprensión, confianza y cariño, algo que agradezco hasta el infinito desde estas líneas, sin que haga falta nombrarles, puesto que sé que ellos saben que sé.

Ha habido momentos de optimismo y otros, los menos, de zozobra y desespero, pero en todos ellos ha habido aprendizaje y crecimiento, momentos en los que el vértigo cortaba la respiración, en los que la niebla apenas permitía la visión más cercana y siempre, la brújula y la carta de navegación, permitían mantener el rumbo, quizás con algunas variaciones puntuales para volver, de nuevo, al plan original.

Fue, como hoy, un 2 de diciembre en el que solté amarras y, al volver la vista atrás, veo un viaje intenso, profundo y, sobre todo, vivido en todas y cada una de sus experiencias y emociones, sin que ni una tan solo haya quedado sin hacer mella en mi.

Los miedos ya se han desvanecido y he podido comprobar que aquellos temores, lejos de confirmarse, no eran más que viejas creencias que no hacían más que limitarme. He constatado que la belleza del proyecto no está en el destino, si no en el propio camino, así como que no tiene fin, siendo la llegada a puerto el descanso del navegante.

Gracias, destino, por ponerme en este punto de partida; sin las circunstancias apropiadas, quizás jamás se habría producido este viaje. Gracias, compañeros de viaje por vuestro apoyo incondicional.

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