Ayer dábamos una charla con otro Coach en Barcelona y volvía a sorprenderme ver la practicidad de la herramienta, especialmente cuando he recibido el correo de un antiguo cliente, en el que me habla de sus evoluciones sobre los aspectos que estuvimos trabajando en su día.
Resulta gratificante comprobar como las personas somos capaces de evolucionar a poco que nos lo propongamos con ganas (con Ganas, ganas, como reza el título del libro del profesor Santiago Álvarez de Mon), no obstante, tiene que existir ese firme propósito de evolución, no valen medias tintas, debemos estar al 100% Cliente y Coach para obtener los mejores resultados. No acudas a un Coach si no tienes el firme propósito de ser removido e incitado a hacer aquello que quieres hacer y explorar aquello que quieres descubrir en ti, malgastarás tus energías.
Es así como voy viendo el impacto que el Coaching tiene en las personas y en la sociedad, no como algo esotérico si no como algo muy vivencial, real y práctico. Somos nosotros mismos, los sujetos que participamos como cliente en un proceso de Coaching, los que hacemos el trabajo, pero hay al lado una persona que nos acompaña más que guiarnos, está ahí para sostenernos si desfallecemos, para reconocer nuestros logros, impulsarnos a la acción, ofrecernos sus preguntas que nos lleven a lugares que evitábamos, nos hagan visualizar nuestros sueños y objetivos (no olvidemos que lo único que diferencia el uno del otro, es la temporalización) o, simplemente, celebren con nosotros nuestros éxitos.
Tener una profesión como la de Coach y tener a otro compañero como acompañante resulta apasionante, porque desaparece nuestro oficio para aparecer la persona, con toda su esencia, aquella que en ocasiones nos empeñamos en mantener alejada de nosotros.
Hablo de transformación, de cambio, pero cambio y transformación desde dentro, perdurable en el tiempo (sostenible, según el palabro de moda), observable en sus resultados e impactante, no solo en la misma persona si no en todo su entorno, ya sea personal o profesional, puesto que no somos cajas cerradas si no, más bien, vasos comunicantes que disfrutan de esas experiencias cruzadas.
Gracias, cliente por confiar en mi, gracias por tu compromiso y generosidad al compartir y, sobre todo, gracias por hacer de mi una persona mejor.
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