lunes, 25 de julio de 2011

De Caperucita y otros cuentos (para adultos)


Me han cambiado las reglas del juego a media partida y eso me indigna.

Antes uno podía tener las cosas medio claras, o casi claras del todo, me explico: Caperucita se encontraba con el lobo, este se la comía, venía el cazador y la rescataba ó la princesa (siempre guapa y esbelta ella), caía en las fauces de un dragón, aparecía San Jordi y el bicho mordía el polvo ó la princesa besaba al sapo (también hay que tener ganas de bicho) y este se convertía en príncipe resultón que, no era Antonio Banderas, pero tampoco el Pitufo Gruñón, eran felices y comían perdices (previos esponsales, está claro).

Pero nos es dado vivir una época en la que los chorizos fueron y son nombrados, incluso, prohombres de nuestras ciudades, condados, naciones o estados, eso si no se les nomina Doctores Honoris Causa de auténticas Catedrales del saber. Entre tanto, tu y yo fastidiados y pensando como llegar a fin de mes o si la ética tiene futuro.

Una época en la que medio mundo odia al otro medio, donde la diversidad es fuente de conflicto más que de enriquecimiento, donde el color de la piel o el edificio en el que te encomiendas a tus más íntimas creencias, son objeto de odio cerval por no se sabe que verdades universales de cada bando en licitación.

Una época en la que les puedes decir a tus hijos que son de tu mismo siglo, el XX pero que, los suyos, pertenecen a la casa del futuro: el Siglo XXI, lo cual les causa, también, una cierta confusión que, a buen seguro, algún aprendiz de brujo sabrá interpretar por un módico precio, antes que causar un trauma que les marque de por vida.

Una época en la que nos matamos a trabajar para poder dejarles a nuestros hijos una vida mejor, eso sí, llena de radiación, lluvia ácida, corrupción, odios y otras bagatelas.

A quien corresponda, que vuelvan el sentido común y los cuentos con príncipes y princesas, olían a rancio, pero no descolocaban como lo hacen ahora, cuando a un fulano que roba chorrocientos millones o destroza los ahorros de miles de personas, le dan una palmadita en la espalda y, al jovencito que se toma una cerveza en la calle, le imputan una multa que paga con un mes de trabajo.

Por favor, paren esto que me bajo.

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